Cuarenta leguas


Santiago Gil  //

 

Quedan los paisajes y lo que uno va dejando en ellos, la memoria de un árbol o el estruendo de unas olas en la madrugada. A veces escribimos esos recuerdos, o nos sentamos a rememorar un olor lejano, las personas que estaban con nosotros en ese momento o el color de un cielo que jamás se repite por más que siempre nos parezca el mismo cielo.


También guardamos el calor de un día de verano o el frío que calaba en los huesos cuando llegamos a la cima de una gran montaña. A veces regresamos y nos encontramos con que el paisaje sigue siendo el mismo. Nosotros ya lo vemos de otra manera, y entra en juego el pasado, ese ardid de la memoria que a veces no te deja disfrutar de lo que ya viviste como si lo vivieras por vez primera.


Benito Pérez Galdós fue un gran viajero que recorrió buena parte de Europa y que contaba esos viajes desde el detalle, casi siempre invisible, para quienes no miran más allá de lo que tienen delante. En una de sus muchas temporadas en Santander, Galdós emprendió una ruta por el interior de las tierras montañesas que luego se convirtió en una crónica titulada Cuarenta leguas por Cantabria. 


Muchos años después, el fotógrafo Ángel Luis Aldai ha seguido las pistas que dejó el escritor en esas palabras buscando esos mismos paisajes. Todos podemos visitar esos valles y esas montañas, los cementerios góticos, las fachadas de las iglesias, los claustros o esas playas de una bajamar interminable mientras resuenan las olas de la galerna del Cantábrico. 


Pero visitar no es lo mismo que fotografíar y convertir en arte lo que tenemos delante. Las fotografías de Aldai que podemos ver en la exposición de la Casa Museo Pérez Galdós, y que también encontramos en un libro magníficamente editado, han sabido captar la belleza y la emoción que también retuvo a Galdós, porque lo bello retiene siempre nuestros pasos, o logra que sean más lentos, más vívidos y mucho más intensos que los pasos que damos sin aprender a mirar lo que tenemos delante. 


El libro, además, cuenta con un enjundioso prólogo de Yolanda Arencibia, y con los textos que Galdós fue escribiendo en 1876 sobre Potes, San Vicente de la Barquera, Santillana del Mar o Comillas. En ese viaje, el escritor grancanario estuvo acompañado por su amigo José María Pereda y por Ángel Crespo. Galdós y Aldai rebuscan y siempre encuentran esa veta que hace que la vida sea siempre milagrosa y diferente. 


Ellos saben que nada se repite y que rebuscando más allá de las evidencias se llega al arte, y el arte, lo que se vuelve sagrado cuando pasa por el tamiz del ser humano, es al final de lo poco que nos salva del tedio o de los falsos cantos de quienes no entienden que lo bello es inevitablemente eterno. 


Las fotografías de Ángel Luis Aldai también cuentan historias y nos llevan por muchos senderos que terminan conduciendo a nuestros propios adentros.

 

 CICLOTIMIAS

 

Ninguna vida se parece a otra vida semejante.

 

 

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