Educación


Santiago Gil  //

Cada vez se leen menos libros y periódicos. No hace falta ser un lince para darse cuenta, ni tampoco acceder a los índices de ventas de las editoriales o de las principales cabeceras de prensa escrita. Sucede en todas partes, lo puedes constatar en los aeropuertos, en los trenes, en las guaguas o en las cafeterías. Hace años, veías a más lectores con un periódico de papel o un libro en sus manos. Tampoco se les ve ahora con un libro electrónico.

Solo estamos leyendo titulares, picoteando, pasando de largo, sin entender, sin pensar, sin analizar, como mismo se pasan los canales de la tele o se desciende por la pantalla como si fuéramos a encontrar algo que nos salvara. Y lo que nos salva la lectura y la reflexión, el silencio; pero para llegar ahí tenemos que hacer un esfuerzo, a veces incluso una renuncia, si no moriremos como hedonistas hastiados de nuestros propios divertimentos.

Creo en la educación, en la que recibimos en los colegios y en la que aprendimos en casa o en nuestro entorno. Ahora mismo falla la segunda en muchas partes, por eso confiábamos en la educación de los colegios.

Me quedo tranquilo con los profesores porque sé de su esfuerzo y he visitado muchas aulas en donde esos docentes tratan de ser espejos y de seguir apostando por aquella educación que nos cambió la vida a muchos de nosotros. Yo le debo casi todo lo que soy a la educación que recibí en el Instituto de Guía, y siempre digo que para mí aquellos años fueron más importantes que los universitarios.

Me enseñaron el valor del esfuerzo, me abrieron las puertas de las ciencias y las letras, me acercaron a los libros y me inculcaron actitudes que luego tuve la suerte de que fueran reforzadas en mi entorno familiar más cercano. Casi todo lo que estamos viendo últimamente tiene mucho que ver con carencias educativas y afectivas.

Por eso no entiendo lo de la introducción de una competición de videojuegos en los colegios de Canarias promovida por la Consejería de Educación.

Ojalá tuviéramos controlado todo lo demás y pudiéramos poner a los niños a jugar un rato con los marcianitos como nos daban a nosotros un balón para que saliéramos a jugar en el recreo. Y hablo de la palabra recreo porque era cuando podíamos jugar: el resto de horas aprendíamos y pasábamos de las ciencias naturales a la literatura manteniendo la atención.

Proyectos como Barrios Orquestados demuestran que si se hace algo por la cultura todo puede empezar a cambiar, que es posible que vuelva el interés por la lectura, por las matemáticas, por el ajedrez o por la música. También creo mucho en el deporte, en lo que aprendes de ti mismo en los esfuerzos y cuando juegas en equipo. Esos videojuegos alejan a los niños de los libros y del deporte al aire libre, los vuelven competitivos y los empujan adonde no querríamos que se acercaran.

CICLOTIMIAS

Un destino también es una meta que cambia a cada paso.

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