El libro abierto


Santiago Gil  //

 

Me quedo con la posibilidad de que todo cambie al día siguiente. Así de fácil y de simple debería ser siempre la vida. Nos empeñamos en aferrarnos al presente y a lo que tenemos en cada momento, sin darnos cuenta de que ese presente solo existe para que disfrutemos o aprendamos. Si pretendemos que dure para siempre, no habremos entendido nada. Creo que todavía no estamos sabiendo educar a nuestros hijos.

 

Ellos llegan libres y abiertos a todos los cambios, como llegamos nosotros, pero luego te van transmitiendo los miedos, las falsas seguridades y esa eternidad que seguimos creyendo que está en nuestras manos. No asumimos que somos como el agua o el aire que pasa, y que nuestra importancia tendrá que ver con lo que amemos, con lo que sepamos ayudar a los otros y con lo que agradezcamos al destino todo lo que nos va poniendo delante.

 

El 5 de enero era la única noche del año en que a la mañana siguiente te decían que sí era posible el milagro. Y te acostabas creyendo a pies juntillas en todas las magias. Así se acostarán millones de niños esta noche, y así deberíamos acostarnos nosotros cada día, sabiendo que a la mañana siguiente todo será nuevo, cambiante, y que nunca puedes pretender encontrar lo mismo que tenías antes de renovar los sueños en la madrugada. 

 

Todos nos deseamos felicidad estos días, pero seguimos sin saber que la felicidad depende de cada uno de nosotros, y que no hay mejor biblioteca, ni mejor maestro, que nuestros propios adentros y que todas las vivencias que hemos ido acumulando. Todo sucede por algo, incluso lo que nos parece que nos va a quebrar para siempre. No digo que nos dejemos llevar sin aportar nuestro esfuerzo, o que miremos para otro lado ante las injusticias o ante los desafueros políticos y sociales que estamos viviendo, no es eso; todo lo contrario: cuanto más asumamos nuestra condición efímera mayor será nuestra empatía, nuestra generosidad y nuestra toma de conciencia ante lo que realmente merece la pena. 

 

El ser humano está más allá de las contingencias temporales, y creo que venimos para aprender con cada paso que vamos dando y para saber, como repetía Scarlett O`Hara en Lo que el viento se llevó, que mañana a será otro día, otra senda que tendrá otros encuentros, y que nunca pasa nada si sabemos asumir con naturalidad que todo cambia, y que todo pasa como nos enseñó el poeta que murió en Colliure, o como aprendimos de aquel otro poeta que quería morir en París con aguacero. No viene mal retornar al origen de vez en cuando, y volver a ser niño para no perder el norte de lo que realmente debería importarnos.

 

Recuerdo a un maestro budista repetir una y otra vez el mismo mantra: “esto también pasará”, como pasarán estas palabras y las miradas que se posen en ellas. Vivir el presente y saber que el mañana es siempre un libro abierto. Quizá sea ese el secreto.

 

 

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