El universo Manrique está en nosotros


Michel Jorge Millares

Conocer la obra de César Manrique es contemplar el paisaje completo del Archipiélago Canario, el mismo escenario que le animó a quedarse y crear en una imparable sucesión de ilusionantes proyectos que fue ejecutando en varias islas sin perder sus vínculos con el progreso del arte internacional. La mano y la mirada de César se extiende por todo el Archipiélago, incluso en los lugares donde no hay intervenciones suyas, porque él quiso conocer todas las islas y en cada una soñaba, proyectaba o ejecutaba sus creaciones para hacer visitables lugares con atractivos singulares, latentes pero que necesitaban la fecundación del artista, ya sea en espacios abiertos o en el interior de la tierra. Cada uno es único. Salvo en Lanzarote. Su isla.

Para acercarnos a su obra, a su conciencia y su lucha, el Centro Alántico de Arte Moderno (CAAM) de Gran Canaria ofrece la exposición ‘Universo Manrique’, comisariada por la historiadora y crítica de arte, Katrin Steffen, que se podrá visitar hasta el 29 de septiembre. Una iniciativa que recuerda el primer centenario de su nacimiento, en una isla cuya población admira a César Manrique y su forma de entender el territorio con la sensibilidad y creatividad contagiosa que le caracterizaba. Y un éxito. La mejor y más certera exposición sobre César que he podido ver.
Pero, si hay un lugar donde todo recuerda a Manrique -o él hizo con sus creaciones que se le recordara- es su tierra lanzaroteña. Una isla en la que el aeropuerto ya nos indica que nos encontramos en la isla/hogar del artista y su fuente de inspiración. De hecho, a través de su obra y su pensamiento, César manifiesta su respeto al divulgar la creación de los hombres y las mujeres que sobrevivieron durante siglos gracias a su adaptación a un territorio donde los elementos imponían su ley de vida: Fuego, viento, sol, rodeado por un océano que no saciaba la sed de la isla…

Los conejeros (gentilicio lanzaroteño) son canarios, curiosa realidad de un pueblo dividido en pequeños espacios tan cercanos y profundamente distintos. Un Archipiélago en el que cada insularidad es diferente salvo en una cosa: su isla, el espacio o roca de la que los isleños conocemos todos sus perfiles, sus usos, su historia, en un eco infinito. Donde cada figura o rasgo se convierte en especial y personal, en símbolos identitarios y sentimentales y, en otro nivel, están los contornos que son visiones artísticas de dos creadores en nuestras islas: Néstor Martín-Fernández de la Torre y César. Dos épocas y dos formas de actuar diferentes con un mismo objetivo: hacer de la vida a una obra de arte.

Manrique aprovechó la originalidad de su tierra para dotarla de creaciones que enseñan la belleza incluso cuando ha sido calcinada por los volcanes, sobre todo en Lanzarote con su majestuosa figura de la Corona en la zona norte y más alta de la isla, en contraste con el paisaje de Timanfaya, al oeste, separados por el jable que recorre desde Famara hasta Guacimeta, junto al rio de lava de Tahíche que discurre desde el volcán de Oígue (o Ubigue), en cuyos caprichosos movimientos se encuentra la gruta que convirtió Manrique en su hogar, su útero telúrico.

Pero el volcán/isla/Manrique hay que verlo, vivir la experiencia de los sentidos. Sus figuras, sus formas, su gama de colores negros y cobrizos. El viento con su coreografía para erosionar la lava con sus caprichosas figuras de roca explosiva o colada como imparable marea de fuego que sólo se detiene al enfriarse. Un paisaje que muestra el drama de la naturaleza y su creación que nadie ha conocido y vivido como César. Y Lanzarote es a la vez isla y arte inspirado en la creación, en el origen de la vida y la emoción de sentirla, que es el gran logro de Manrique.

Hay muchos cuadros y esculturas creados por Manrique, pero su originalidad está en sus creaciones como ‘trogloartista’. El hombre que se introduce en la tierra para recrearla y habitarla, porque la relación de la humanidad con la biosfera es de dependencia en esa mínima capa del planeta, por ello César nos deja su mensaje de armonía, respeto, e incluso el placer de gozar de ese universo en el que nos invita a disfrutar, participar y defender esa necesidad de llevar el arte a la vida y educar a la humanidad en la felicidad comprometida con la supervivencia, la libertad y el futuro.


(Este artículo, por cuestión de tiempo, lo redacté antes de la inauguración ‘Universo Manrique’ para la edición de abril de Welcome to Gran Canaria. Me ratifico en lo escrito y añado que el Universo Manrique no ha sido engullido por el agujero negro de la ambición personalista. Allí estuvimos y estarán los que le admiramos, le amamos hereditariamentey sufrimos su vacío intentando llenarlo con nuestra lucha por sus ideas y esperando que esta tierra nos obsequie con otro Néstor, otro César y otros muchos artistas que convierten la vida en arte…)


Monjas en Timanfaya. 1968. Foto Nicolas Muller.
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