Homoturis es la especie indisoluble de las masas


Michel Jorge Millares

Más de mil trescientos millones de personas ‘hicieron’ turismo en 2018, según afirma la Organización Mundial del Turismo. El 18% de la población de un planeta en el que 11 de cada 100 empleos están relacionados con el turismo. Sin olvidar que las estadísticas no son ciencia exacta porque hay muchos que viajan muchas veces y muchísimos que no se desplazan nunca (por lo menos como turistas), pero nos indica una realidad cuantificada. Aún así, son demasiadas personas que suelen coincidir en los mismos lugares (los hay más famosos o de vida efímera) y también en la misma época con el verano como temporada estrella, a pesar de que cada vez hay más destinos turísticos y más formas de practicar el turismo.

Con dicha cifra, tenemos que cada segundo cuatro turistas salen en busca de un destino en el planeta. La magnitud de los desplazamientos no debe medirse sólo en movimiento de personas sino también en la conectividad necesaria para hacer posible el crecimiento del Homoturis, especie evolucionada de los homínidos ociosos o inquietos que destaca como fenómeno de masas. También se puede calcular el impacto (consumo, residuos, uso de espacios protegidos…) pero normalmente se destaca el volumen de negocio, impuestos recaudados, inversión y puestos de trabajo que genera.

Pero vamos a la transformación del Sapiens en Homoturis. No es ilógico o inverosímil. Por el contrario, el ser humano lleva el viaje en su ADN buscando alimentos o ‘riquezas’ y mejores condiciones de vida pero nunca en la historia de la humanidad se había alcanzado tal desarrollo de la actividad viajera. La lucha por la supervivencia y la búsqueda de oportunidades ha dado paso a lo que anunció la capacidad inventiva de figuras como Leonardo da Vinci Julio Verne que anticiparon cómo evolucionaría el viaje de la humanidad, imaginando las naves y el mundo que éstas harían posible por su capacidad de desplazar grandes cantidades de personas. Leonardo con el renacimiento de la confianza en el hombre y en su vocación viajera, o Julio Verne y su comprensión de la sociedad industrial que adelantó la posibilidad de viajar a todos los rincones del planeta y del espacio, incluso con la cita de las Islas Canarias en su novela ‘Thompson & Co‘, donde anticipa el negocio de la turoperación. 

Un constante esfuerzo de construcciones que también contó con trágicos fracasos que conmocionaron al mundo: Titanic, Hindenburg, Challenger, Columbia… A pesar de ello, el Homoturis persistió y convirtió el siglo XX en la época del gran salto en movilidad y conectividad. Se redujeron las distancias/tiempo para moverse por el planeta. En 1914 se podría tardar más de 40 días en llegar desde Europa a los puntos inexplorados, con todo tipo de riesgos. Hoy día los destinos más complicados se encuentran a sólo un día y medio de trayecto. La navegación marítima o aérea llega prácticamente a todo el mundo y las conexiones por satélite e internet tejen una red de comunicaciones que cubre el planeta.

El Homoturis tiene el mundo en sus manos. Nunca tanta gente pudo viajar tantas veces y a tantos lugares en tan poco tiempo. Y provoca el surgimiento de fórmulas para dar respuesta a un negocio fundamental para completar el triángulo: tiempo, distancia y destino/espacio. Un objetivo económico con muchas opciones que, afortunadamente, se encuentran en este continente en miniatura: Alojamientos de calidad en todas las categorías; Oferta de clima paradisíaco para el ‘solyplayero’ sea todo incluído, lowcost, por libre o nómada digital. Todos encuentran ocio muy variado y seguridad europea. 

Pero el Homoturis no es único o fabricado en serie. Sus gustos son también dispares y evolucionan. Aún así, es el causante de la agonía de diversos destinos turísticos a consecuencia: Venecia, Amsterdam, Praga o Barcelona donde millones de personas alteran la vida cotidiana de sus habitantes. Es la lucha entre el sector que supone el 10% del PIB mundial, y sus consecuencias menos gratas que extienden -con razón o no- la palabra ‘turismofobia‘.

2017 fue declarado por la ONU como año internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, para no “comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. Buenas intenciones que chocan con la obsesión de las administraciones por el crecimiento del número de turistas como si ésta fuera la variable sobre la que ha de pivotar su acción política con recursos públicos. Y, frente a la marabunta o el tsunami, se promueve inocentemente y con escasa convicción ‘empujar’ a los visitantes a nuevos destinos o productos, crear tasas, moratorias hoteleras o perseguir los pisos turísticos en una guerra mundial sin final. 

Pero la realidad es bien distinta: se calcula que antes del 2050, la cifra de turistas se habrá triplicado y también los riesgos de su masificación. Una realidad que ya permite ver sus efectos en el “síndrome de Venecia” con una creciente llegada de visitantes frente a una población menguante que abandona la ciudad comprobable en un escaparate con la cuenta atrás de la diáspora de habitantes del núcleo histórico. Amsterdam también trata de aliviar la presión en el centro: sacando a los turistas y multando con severas sanciones a los pisos turísticos que incumplen unos límites restrictivos. El Ayuntamiento con el apoyo de empresarios y asociaciones vecinales, se preocupan por armonizar los beneficios del turismo y la calidad de vida para sus habitantes. En Praga, el número de visitantes no ha parado de crecer desde la caída del comunismo. Pero el desorbitado aumento del precio del metro cuadrado de la vivienda expulsa a la población local del centro.

En el caso de Barcelona, tras el año olímpico, las cifras de turistas, estancias, cruceristas se han multiplicado sin parar. Se habla de 40 millones al año. A pesar de que un 90% de población opina favorablemente del turismo, la masificación y la burbuja de precios inflan la turismofobia, una palabra que comienza a colarse en eventos y encuentros, un lema que debe llevarnos a reflexionar sobre lo que hemos hecho bien o mal. Y si nos fijamos en nuestro territorio, creo que podemos estar orgullosos de lo realizado por visionarios como Néstor Martín-Fernández de la Torre, o César Manrique… quienes realizan una importante labor de pedagogía en la población isleña y en productos turísticos capaces de concienciar y a la vez satisfacer las aspiraciones de los visitantes y, además, con vistas a educarlos en la contemplación y disfrute del clima, el paisaje, la etnografía, la naturaleza, la arquitectura y todo aquello original o creado para el turismo.

Pero esa labor de concienciación y educación no figura entre las prioridades o actividades de los organismos públicos. Como hemos dicho, se habla de tasas, de controles, de sanciones, pero no de educación. Y así tenemos unos resultados fruto de las modas y del impacto de miles y miles de personas que creen que poner un candado en un puente es parte del paquete turístico, o amontonar cayados en una playa, o pretender acudir en masa a un lugar de moda. Es el Homoturis en su versión más maleable y que es considerada casi exclusivamente como negocio y no como una oportunidad para educar en el diálogo y el conocimiento sobre un mundo en el que todo está al alcance de cantidades ingentes de personas capaces de arrasar o de encumbrar un destino.


‘Cayaos’ apilados en una playa de Tenerife por turistas.


Plaza de San Marcos en Venecia.

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