La mirada que queda


 Santiago Gil  //

 

“¿Si no hay mirada qué queda?”  Eso es lo que se pregunta el poeta Ernesto Suárez en uno de sus versos. Si no hay mirada hacia fuera o hacia dentro de nosotros mismos solo queda la nada, el vacío, lo que no importa. 


Lo que acontece a nuestro alrededor es lo que vemos o sentimos, lo que hacemos nuestro, lo que palpita. Lo demás es inercia de lo que no vale, que es casi todo lo que nos cuentan o nos venden últimamente, ese juego de hacernos creer que estamos vivos en la  mendaz realidad de las redes sociales. 


Ahí solo somos un perfil o una foto, y la mirada se distorsiona como en aquellos espejos del callejón del Gato a los que se asomaba Valle Inclán en sus idas y vueltas bohemias por un Madrid de poetas que se creían genios incomprendidos con tres vinazos o tres sonetos.


La poesía de Ernesto Suárez te detiene, te enseña a mirar y te sugiere preguntas que cuando logras responder se parecen a esas actitudes vitales que parten de lo esencial y de lo sencillo, de esa vida que vemos pasar de largo tantas veces como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, como si fuéramos a repetirnos indefinidamente. 


"No todos alcanzamos/ la curva más alta de la duna./ Nunca la alcanzaremos." Lo escribe Ernesto en uno de los poemas de Arrecia (Ediciones La Palma 2017). La duna nunca es la misma, y cuando la vas subiendo va cambiando con tus pasos, o el viento ya ha movido cientos o miles de granos de arena antes de que tú llegues. 


Nos quedan las caras, pero las caras también cambian, en los espejos, y en la mirada de la que escribe Ernesto Suárez. Las caras que amamos y que no conocíamos hace cinco o seis años, las caras de los  hijos que miramos asombrados, nuestras propias caras en los espejos, el sudario que dejamos a cada segundo, esa efímera huella que tanto se parece al agua en donde se bañaba Heráclito de Efeso. 


La poesía te  mira a la cara, y tú te descubres en ella, como un Narciso que se mira en el espejo de las palabras: "Si vieras en cada rostro:/ al fondo su candela/oculta." No miramos ni buscamos esa candela de la que escribe Ernesto Suárez. Preferimos lo superficial, lo que está a la vista, el falso brillo del fuego que no quema en ninguna  parte porque es tan irreal como esos ojos que reflejan los cristales de las pantallas. 


La vela que nos alumbra es mucho más cierta que todos esos brillos que parpadean sin cesar en todas partes, más real que los neones y que los faros de los automóviles. La poesía es la candela oculta de la que habla el poeta. 


Nuestras caras también terminan siendo poemas que trazamos en los espejos cuando nos observamos mucho más allá de la primera mirada que tanto nos engaña todo el tiempo.


Entonces es cuando llegas a la esencia, a la pregunta certera, al misterio insondable, a la magia misteriosa de la existencia. El principio ya sabemos que es el verbo, pero tras el verbo llega siempre la mirada.

 

CICLOTIMIAS

 

Lo que vuela se queda a salvo. 

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