La pared


Santiago Gil  //

Son  pequeños detalles. A estas alturas no buscó nada más. Un gesto, una mirada, una voz que alegra la mañana, un abrazo, un cuadro que te detiene y te cambia el estado de ánimo, una melodía que te sube al séptimo cielo, el olor del pan recién horneado,  ese libro con el que atraviesas una vez más el espejo que lleva a los sueños, una estrella fugaz  e inesperada que cruza el firmamento, el horizonte del océano, el perro que te mira fijamente como si escrutara tu alma o esa niña que juega a cambiar el mundo hablando con sus muñecas.

Luego están los otros gestos y los otros detalles, los de los que se empeñan en pintar negruras por donde pasan, pero esos gestos hay que intentar olvidarlos cuanto antes.

Las primeras semanas de primavera amanecen con trinos de mirlos detrás de las ventanas. Cantan a la vida, y uno se contagia de esas melodías improvisadas que llevan milenios sonando en el planeta.

El canto de un mirlo es como el eco atávico que celebra el amanecer justo antes de que aparezca el sol, año tras año, reavivando la primavera. Estos días saben a nísperos y a tardes enteras encaramados entre las ramas de los nispereros de una infancia lejana y casi bucólica que reencontramos siempre en ese camino de recuerdo que trazan a veces los sabores, los olores o esas melodías que entonan los pájaros mañaneros antes de que aparezcan el ruido de los coches o el machaqueo de las televisiones que algunos encienden casi antes de abrir los ojos.

Hace años que huyo de lo grandilocuente o de esas consignas de multitudes que luego se quedan en nada. Prefiero el sonido de las olas en la playa o las palabras de un viejo que habla con la sapiencia de que los gritos no llevan nunca ninguna parte, ni las prisas, ni esos juegos de palabras que buscan los politicastros de tres al cuarto para tener su minuto de gloria en los telediarios o en las portadas de los periódicos.

Estos días pintaban una pared por una zona por la que camino a diario. Ya sé que a casi nadie le importa que pinten una pared en una calle cuyo nombre no recordamos o por la que pasamos de largo cada mañana, pero esa pared que ahora luce blanca cambia el estado de ánimo de quien la observa, y lo que estaba sucio y olvidado aparece ahora como estos días de primavera en los que cantan los mirlos y los nísperos brillan anaranjados entre las ramas.

También hay una vecina que algunas tardes toca el piano cerca de donde vivo. Si pasas delante de su casa, la música detiene tus pasos y serena ese ánimo tan golpeado a veces por la vida que llevamos.

No ganan los mejores, eso ya lo sabemos hace  mucho tiempo, pero es que somos muchos los que también sabemos que aquí no gana nadie, o que solo vencen los que son capaces de asombrarse ante esos pequeños detalles que tanto se parecen a esa sonrisa que alguien nos devuelve y que nos cambia el color y el argumento de algunas mañanas.

CICLOTIMIAS

Hay batallas de alma en las que solo se gana con la mirada.

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