Los peligros húngaros


Santiago Gil  //

 

El Danubio es Danubio en Budapest. Viena es el vals y una ciudad en la que la belleza no deja que se adentre lo hortera: es un beso coloreado por Gustav Klimt o un café en el que las horas nunca pasan de largo. Pero el río que uno iba buscando estaba en Budapest, aunque luego al Danubio no le acompañara la alegría de la gente ni tampoco escaparates o calles luminosas. Buda era lo monumental, pero casi parecía un parque temático despoblado en horas de la noche. 

 

La gente vivía en Pest, y la sensación que uno tenía todo el tiempo era la de una vuelta al pasado, la de unos bulevares y unos edificios que fueron bellos y rutilantes hasta que la Segunda Guerra Mundial cambió el destino de Europa.

 

Budapest, en los años veinte, era una ciudad tan cosmopolita y comercial como París o Berlín. Cuando yo la visité a principios de este siglo todo aquel esplendor del pasado era gris, estaba escasamente iluminado (sobre todo en Pest, donde vivía la gente con una mancha de melancolía en su mirada) y se presentaba decrépito y olvidado. Parecía que se había quedado en 1940. De hecho Spielberg grabó La lista de Schindler sin tener que redecorar ninguna de las calles para que parecieran del pasado. Budapest era una ciudad detenida en su propia melancolía. El Danubio no era más que un reflejo cristalino de tristeza.

 

Ya en 2012, su actual mandatario, Viktor Orbán, propuso maniatar a los jueces, a la prensa y a la ciudadanía. Tampoco escondía sus actitudes xenófobas y nacionalistas. Así empezó Hitler en Alemania después de que los felices años veinte quedaran como un recuerdo lejano tras la crisis económica de 1929. 

 

Nosotros también tuvimos felices años noventa y unos primeros años del siglo XXI en los que parecía que al mundo solo se había venido para consumir, viajar y cantar a todas horas. Esta crisis tendrá muchas consecuencias, pero espero que logremos no repetir los errores del pasado. Budapest era una ciudad bella, o así la recuerdo ahora a pesar de la negrura de sus edificios modernistas o del ajado esplendor art decó; pero quedaba la sombra del miedo y de siniestros uniformes nazis recorriendo sus calles.

 

 La aprobación de la ley que criminaliza la ayuda a los migrantes vuelve a dejar claro que lo de Orbán no es ningún juego. Tampoco el auge de la ultraderecha en muchos países de Europa. No debemos mirar para otro lado. El mundo también miró para otro lado cuando Hitler empezó a firmar leyes parecidas a esta que ahora se aprueba en Budapest. Si lees los diarios de Sándor Márai te darás cuenta de que todo se repite. Él cuenta la terrible persecución a los judíos en Hungría. Nosotros tenemos el deber de detener esas tentativas fascistas y excluyentes antes de que volvamos a repetir la historia.

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