Más de un millar de personas visitan la exposición ‘El largo viaje. De Altamira a la Cueva Pintada’


· La muestra temporal gratuita permanecerá abierta hasta el 16 de octubre en el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar

Las Palmas de Gran Canaria, 20 de julio de 2016.- Cerca de 1.400 personas han visitado en su primera semana la exposición ‘El largo viaje… De Altamira a la Cueva Pintada’, abierta el pasado martes, día 12 de julio, en el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar (Calle Audiencia, 2). Esta muestra gratuita permanecerá abierta hasta el 16 de octubre y sus principales atractivos son la presencia de 84 piezas procedentes del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) y la comparación entre la cultura troglodita paleolítica y la aborigen de Gran Canaria.

En concreto, un total de 1.346 personas han contemplado la exposición en la semana comprendida entre los días 12 y 19 de julio. Dicha muestra tiene carácter gratuito, aunque no se incluye el acceso al resto del espacio museístico y arqueológico. Se trata de la primera exposición monográfica del legado de Altamira fuera de su ámbito geográfico. Además, esta exposición supone el acontecimiento más relevante dentro del programa de actos por el X Aniversario de la apertura del Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada el 26 de julio de 2006.

La exposición es fruto de un proyecto conjunto entre el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de la Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria y el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, donde se exhiben de manera simultánea y también hasta el 16 de octubre 62 muestras del arte rupestre y la cultura prehispánicas producto en su mayor parte de las campañas de excavación completadas en la Cueva Pintada desde 1987.

Los visitantes pueden contemplar en Gáldar una colección de elementos del Paleolítico procedentes de Altamira que incluye una representación de la industria lítica, es decir, de herramientas elaboradas a partir de minerales, entre las que destacan las puntas y los buriles, ambos de sílex. También aparecen agujas, arpones, punzones de hueso y elementos de adorno, como colgantes realizados con caninos atrofiados de ciervo y dientes de bisonte, zorro o caballo, así como una serie de ornamentos realizados con conchas.

Además, la Cueva Pintada expone los colorantes recuperados en Altamira, elaborados con óxido de hiero, margas (un tipo de roca sedimentaria) o carbones. Junto a ellos se podrán ver los machacadores y plaquetas en los que se trituraba el colorante. Entre los elementos vinculados a la expresión de lo trascendente destaca un aerógrafo para aplicar el color realizado en hueso.

Pero la exposición va mucho más allá de un muestrario de elementos que ya de por sí reúnen un valor extraordinario para proponer una mirada inédita a ambos yacimientos. Su filosofía parte de la base de que en ambas culturas se trataba de los mismos seres humanos modernos (Homo sapiens) dotados de una misma capacidad simbólica, de un lenguaje abstracto y preocupados por un mismo anhelo: construir una sociedad para sobrevivir y conjurar la muerte.

Una exposición en cuatro bloques

La exposición se estructura en cuatro grandes bloques temáticos. El título del primero de estos apartados, ‘Dos países alejados en el tiempo y el espacio habitados por una misma Humanidad’, resume el planteamiento de esta colaboración entre Cueva Pintada y Altamira.

El segundo apartado, ‘Dos formas de estar en el mundo y de vivir en sociedad’, se centra en las particularidades de ambos asentamientos trogloditas. La cueva de Altamira fue frecuentada por grupos de cazadores y recolectores a lo largo del Paleolítico superior hasta que quedó sellada hace unos 13.000 años.

Mientras, el poblado de Agáldar se configuró entre los siglos VII y XV a partir de una serie de caseríos entre los que destaca el asentamiento de Cueva Pintada. Sus pobladores, cuyos ancestros llegaron desde África hace menos de 3.000 años, eran agricultores y ganaderos que construyeron poblados distribuidos por la geografía insular.

El tercero de los bloques, ‘Dos formas de habitar en las entrañas de la Tierra’, se centra en la tesis de que las antiguas sociedades cavernícolas compartían el deseo y la necesidad de aproximarse, desde el pensamiento y las prácticas simbólicas, a lo subterráneo. Este empeño se traducía en imágenes pintadas o grabadas que reflejaban su cosmovisión y su concepción del espacio.

Por último, bajo el epígrafe ‘Dos formas de dar sentido al mundo e intervenir en él’, se analiza el contraste de las técnicas pictóricas de ambos espacios, incidiendo en el empleo del color negro en Altamira frente al blanco de Cueva Pintada. No obstante, en ambas cavidades existe una coincidencia: el uso del pigmento rojo, extraído en los dos casos de arcillas ricas en óxido de hierr

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