Niñatos y peleas. La vergüenza del carnaval de Las Palmas.


Luis Cabrera López  // 

Mientras todos discutíamos sobre la polémica por un Drag vestido de virgen se perdía una vida humana en nuestro carnaval de Las Palmas. Jonathan. Veintidós años. Le atacaron dos chicos de veinticuatro y veintinueve años, uno español, otro italiano; pero sus nacionalidades son indiferentes. Le golpearon con un objeto y le patearon en el suelo. Todo sucedió sin previo aviso. Te ha tocado a ti y punto. Jonathan acudió a urgencias, al día siguiente, y tras que le dieran el alta, falleció en casa de su tía a causa del traumatismo craneoencefálico.

Hagan un ejercicio de empatía. Póngase por un momento en la piel de esa madre y de esa familia. Ninguna palabra o descripción que pueda escribir yo aquí sería capaz de manifestar el dolor infligido a esa familia. Lo que es más grave, y que seguramente pocos han tenido en cuenta, ese dolor no debería ser solo un dolor familiar, debería ser un dolor social. No es la primera vez que pasa, y mucho me temo que no será la última.

Me indigna sobre manera que esta noticia no haya tenido el eco que se merece. Seamos claros sobre una cosa: el carnaval de Las Palmas siempre ha tenido fama de estar “petao” (sic) de chiquillajes buscando bronca. Abundan los memes en internet sobre gran canarios que van al carnaval de Tenerife y “lo flipan” con el buen rollo que hay allí. Aquí te tienes que andar con pies de plomo, a la mínima, alrededor, alguien se pelea. Y antes de que alguien me salte con el ridículo pique entre canariones y chicharreros, dejemos las cosas claras, negando esta verdad no le estamos haciendo un favor a nuestra isla, la estamos perjudicando.

El primer paso para solventar un problema es afirmarlo. Negarlo no sólo no sirve para nada, si no que tiende a agravar el problema. No entiendo como las autoridades no han lanzado ninguna campaña de prevención contra las peleas de carnavales. No entiendo como nosotros, los ciudadanos, lo comentamos tranquilamente en nuestro grupo de amigos, y, sin embargo, no nos implicamos para buscar una solución a esta lacra. De tanto en tanto fallece alguien en alguna de nuestras fiestas: que si la rama, que si el carnaval; lo de siempre.

Los insensatos pululan por las calles con sus aires de machitos, presumiendo de que se meten en peleas, o de que achantaron a no se quién para solventar un conflicto. Lo más triste de todo es que, algunos por miedo, otros por inercia, y otros porque son igual de faltos de luces, les ríen las gracias. Nadie les dice nada, vaya a ser que pague yo el pato. Patético.

Le debemos una disculpa a esa madre que, tras dejar salir a su hijo con la noble intención de que lo pasara bien, lo perdió al día siguiente. Le debemos una disculpa a la sociedad, porque no nos implicamos lo suficiente con ella, y pretendemos siempre que las soluciones caigan del cielo. Nos debemos una disculpa a nosotros mismos, porque preferimos callar y mirar hacia otro lado: <eso son los poligoneros>, <eso son los coyos>; que traducido significa: eso no va conmigo. Como si no viviéramos en sociedad. Como si fuésemos incapaces de poner un granito de arena. Permanecemos de esta manera impasibles e insensibles al dolor ajeno. Mientras le toque a otro y no me toque a mí, ¡santas pascuas!

Ni un chiste más sobre collejas, sobre imponerse sobre el otro violentamente, sobre humillar al vulnerable o a el que nos hace la competencia con las chicas. Cansado sobre manera de los que meten fuego, supuestamente, solo para reírse. Cansado de que lo que debería ser una ocasión para celebrar que estamos vivos, celebrar el buen rollo, sociabilizar con esos otros que también están ahí pero que quizás no conozcamos, acabe, sin embargo, transformándose en un funesto requiem. Hay que buscar soluciones para esta lacra. Una sociedad está mal de los pies a la cabeza si el rollito pandillero-macarra es lo que usan los más jóvenes para tratar de impresionar a los imprensionables. Nosotros estamos mal si no repudiamos esta miseria.

Mis condolencias a la familia de Jonathan. Mis condolencias a ti, querido lector. Mis condolencias a mi mismo. Esperemos que algún día nuestras fiestas se vacíen de violencia.

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