Perdone que no le trate de usted


Los jóvenes ya no somos jerárquicos

Luis Cabrera López  //

Si eres joven, o si lo has sido, seguramente has oído la manida expresión de, <yo tengo 20 años más que tú, así que me debes un respeto>.

De esta frase se desprende un supuesto falaz, aquel que postula que con la adquisición de los años brota el respeto, o, dicho de otro modo, que hay una relación de subordinación que viene dada por la diferencia de edades entre las personas.

Sin duda es un tópico tradicionalista, y la mayoría de jóvenes no nos sentimos identificados con esto.

A priori, todo el mundo merece el mismo respeto: el que se nos otorga a todos por el simple hecho de ser  humanos. A posteriori, en función de los actos de las personas, es posible que a algunos pocos les otorguemos un respeto mucho mayor que al común de los mortales; pero estas personalidades tienden a ser escasas…

El respeto que le debo a una persona que es mayor que yo, es el mismo que el que le debo a una persona menor que yo. Si se le cede el asiento en la guagua a un anciano, no es porque haya una relación de pleitesía del más joven con el mayor, sino que hay un saberse poner en la piel del otro, en los achaques físicos de la edad; se lo cederíamos igualmente a una persona si es más joven que nosotros y tiene la pierna escayolada.

Sin embargo, es un tópico recurrente el entender que existe una relación de vasallaje, de tal modo que está hasta mal visto que un joven le llame la atención a un anciano o a un mayor.

Ahora bien, permítanme que hable claro,  si usted, su señoría, tira un papel a la calle con una papelera cerca (o incluso sin ella), tenemos el mismo derecho a llamarle la atención que si lo hace un chaval adolescente con la cara abarrotada de granos. La edad que usted tenga es indiferente, lo siento.

Lo mismo es aplicable para cosas más abstractas, como si se pone a criticar agresivamente a ciertos colectivos, como los negros, o los homosexuales, o se pone a hablar de ciertos temas con la intención manifiesta de ofender o molestar a alguien, tipo: <todos los jóvenes son unos vagos>.

Pero nadie dirá nunca nada, todo el mundo se alineará en una inercia que regurgita sin un ápice de pensamiento crítico la oración siguiente: Es mayor, le queda menos tiempo de vida, mejor dejarlo, no vale la pena buscar conflictos.

Otro tópico recurrente es que las personas mayores ya no pueden cambiar. Se asume que ya  <están para el arrastre>, nótese que esta forma de pensar si que es peculiarmente ofensiva, nociva y despreciativa de nuestros mayores.

Lo que ha venido denominándose progreso, esto es, el cambio a mejor, debería ser una actitud de vida independientemente de la edad que usted tenga, sobre todo si conserva sus facultades mentales.

Sin embargo, prefiere presuponerse que, pasada cierta edad (uno no sabe muy bien dónde poner la frontera) los mayores ya no son capaces de ningún cambio a mejor, y que por ello se debe ser más condescendiente con sus manías.

Esta actitud es una lacra, primero para ellos mismos, pues desafía “subliminalmente” sus capacidades, lo que puede llevar a que se cumpla efectivamente un efecto pigmalión.

Segundo, para los más jóvenes, que en un primer momento tendrán que callarse ante cualquier percance que se presente,  y, en un segundo momento, cuando sean ellos los viejos, esperarán que se les trate del mismo modo, de tal forma que, llegado el momento,  nunca, nadie, jamás, les diga nada.

Creo sinceramente que esta permisividad con el mayor es un fenómeno fácilmente observable en nuestra sociedad. Por poner un ejemplo, abundan los grupos de facebook que se quejan o ironizan sobre las señoras que se cuelan sin reparos en la cola del supermercado, utilizando como excusa los achaques de la edad.

También creo sinceramente que cualquiera está en su derecho de decirle las cosas a la gente, por mucha edad que tenga, siempre y cuando no se falte al respeto, se mantengan unas formas, y a pesar de que eso que se diga pueda molestar.

Porque en esto se resume la relación con la alteridad, la relación con el otro que me es ajeno, en el diálogo empatizable bidireccionalmente, no unidireccional.

Pero a día de hoy, para ciertos colectivos, el diálogo es un pensamiento políticamente incorrecto, al que muchos tacharán de “bolivariano”, “anarquista” o “guerrillero”. La sumisión es el único camino que se nos presenta como correcto. Lo mejor es callarse. Lo mejor es callarnos. Dejarlo pasar.

El pobre señor o señora, que haga lo que quiera, que vote si lo desea a partidos de dudosa cualidad ética, tal y como manifiestan los tribunales.

El tiene sus ideas ya fijas. Y así pagamos poco a poco el pato todos, por cobardes, por miedo al conflicto, cuando, siento decirles esto señores, pero el conflicto es una parte inexorable de la vida.

Así que, queridos lectores, desconfiad de los seudofilósofos que os dicen que rehuyaís siempre y en todo caso el conflicto, porque, en definitiva, os están diciendo que rehuyaís de una fracción de la vida.

Así que, para terminar, disculpen si a veces me olvido de adecuarme a las formas sociales y de tratarles de usted, pero lo cierto es que yo, personalmente, no me considero por debajo suyo.

Y me ofende superlativamente que ustedes se consideren por encima mía, o de cualquier otro alguien, eso sí que es una falta de respeto.

Por tanto, disculpen también a esos otros jóvenes que también se olvidan de usar el “usted”, pero entiendan que un  pronombre personal no debería ser lo determinante de ninguna relación humana.

Generalizar  conduce a menudo a errores, y así como hay jóvenes que faltan al respeto, también los hay mayores.

El respeto debería ser una cualidad humana, que no entienda de edades, ni formas, ni colores, y que si fuera magnificable a través de alguna variable sean: los hechos, el obrar y el mérito de entregarse a la mejora de la comunidad humana.

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