Las alas


Santiago Gil  //

Las alas no se ven: se sueñan, se anhelan, se reconocen en las caídas, se recrean, se escriben o se buscan más allá de todos los horizontes. Todos somos como aquel ave fénix que renacía de sus cenizas. Siempre habrá alas nuevas que nos eleven, alas metafóricas que nos recuerden que la vida es un dibujo que se reinventa a cada instante. Estos días, una calle de Las Palmas de Gran Canaria tiene alas en una de sus paredes, justo al lado del cauce enterrado del Guiniguada, al final de aquellos riscos que coloreara Jorge Oramas desde una habitación sombría del Hospital San Martín.

En la calle Enmedio (¡cómo me gustan esas calles con los mismos nombres que reconocerían nuestros bisabuelos!), en S/t Espacio Cultural que comanda Javier Betancor, el pintor Augusto Vives ha pintado un trampantojo con alas que solo dejan el hueco de quien quiera sumarse al vuelo, el espacio para que nuestros cuerpos se eleven durante un rato por encima del asfalto y de los miedos que tantas veces refrenan nuestros sueños.

En su último libro, titulado El archipiélago nómada, José Luis González-Ruano nos recuerda que “todos los restos del mundo se arrojan a las islas”, y entre esos restos están las alas de todas las aves que nos sobrevuelan.

Un pájaro lejano es un ser vivo con alas que a veces se pierde más allá del tiempo de nuestra memoria. La literatura es también aquella loca de la casa de la que escribía Santa Teresa de Jesús, otro misterio alado que nos enseña a buscar el camino de las certezas, el mismo sendero que estos días también emprende la escritora colombiana afincada en Gran Canaria, Patricia Rojas de Leunda con el libro De las ciencias, la más hermosa, un conjunto de relatos cortos en donde se cruzan la ironía, los finales inesperados y un lenguaje que navega como lo hace González-Ruano en los rincones secretos de Canarias que recrea prodigiosamente en su libro de viajes.

La conjunción de esas lecturas y las alas de Augusto Vives son como un remanso en medio de tanto ruido mediático y de tanto griterío político y futbolero. Leer y volar, o volar leyendo, quizá convenga recordar que ese milagro sigue siendo posible de la mano de las palabras. Todo lo que no hagamos creyendo que va a ser importante no es más que tiempo perdido, y no se trata de tocar el cielo a cada instante sino de vivir con la misma altivez y la misma ligereza que las aves. Les invito a que se acerquen a la calle Enmedio y a que, haciendo honor a su nombre, se coloquen entre las alas azuladas de Augusto Vives.

Cierren los ojos y vuelen todo lo alto que puedan. Augusto habla de la anatomía del aire, que al final no es más que la anatomía de todo aquello de nosotros que no vemos en los espejos, lo más etéreo, lo más misterioso, también lo más efímero y pasajero, pero, sin duda, lo más que nos acerca a los pájaros y a los dioses.

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