Leacock, el inglés nacido en Funchal y enamorado de Gran Canaria


Su inmensa contribución al progreso de la Comarca Norte demanda un monumento y un Museo de la Agricultura, con el respaldo de los ayuntamientos más beneficiados

Amado Moreno  //

Uno no es de donde nace, sino donde realiza su sueño vital y desea morir, sostienen determinados eruditos. La sentencia cobra actualidad al evocar hoy la peripecia personal de David J. Leacock, el inglés nacido en Funchal que se enamoraría para siempre de Gran Canaria, donde murió tras crear un imperio agrícola que se extendió por cuatro municipios de la Comarca Norte. A la luz de su trayectoria, es probable que sin renegar jamás de sus orígenes se sintiera, no obstante, tan canario como inglés.

Álvaro Mutis, Premio Cervantes y Premio Príncipe de Asturias, razonó de modo convincente en una ocasión por qué uno no es del sitio de donde le da a luz su madre. «Uno es verdaderamente del sitio del mundo donde de repente se crea este diálogo: Ese sitio y todas las cosas te están diciendo: tú eres nosotros, nosotros somos tú», afirmaba el autor colombiano como resultado de su devenir. Había disfrutado de una infancia maravillosa primero en Bélgica, y continuada más tarde en la hacienda que su abuelo tenía en un lugar paradisiaco de su país que asociaba a la Arcadia.

No es difícil deducir que David J. Leacock experimentara idéntica sensación en Gran Canaria. Aquí fijó su residencia tras el fallecimiento en Madeira de su padre, John Milberne, primer exportador de plátanos desde la isla portuguesa. En Gran Canaria David J. Leacock no se limitó a transformar eriales improductivos en vergeles de frutas y hortalizas, apartando alguna que otra aulaga que resistía la aridez entonces de los terrenos. Se reveló también como empresario pionero en sensibilidad social, definiendo unas relaciones laborales que preservaban los derechos de sus trabajadores.

Paralelamente se impregnó de la cultura y las tradiciones canarias, documentándose sobre su historia para sintonizar mejor con su gente. Era de hábitos gastronómicos austeros y sanos. Potaje de veduras con gofio a menudo en el almuerzo, y para cenar ensaladas, que alguna vez orillaba para dar cuenta de una escudilla de leche de cabra con gofio, alimento básico de las familias canarias con penurias económicas en aquellos años, antes de irse a la cama.

La escritura que registra la sencilla tumba de David J. Leacock en el cementerio guiense de La Atalaya no ofrece dudas en cuanto a su eterno afecto a la tierra en la que cumplió muchos de sus anhelos y quiso expirar definitivamente: «Descanse en paz en la Isla que él amó», muestra en español su lápida, a continuación de otras líneas en inglés con alusión al cariño de sus hijos y nietos.

David J. Leacock había recorrido todas las Islas antes de optar por Gran Canaria, al concluir sus estudios de ingeniería en Cambridge. Tenía 90 años al morir en su casa de Becerril de Guía, en el límite con Gáldar. Su residencia fue construida sobre unos terrenos que habían sido en tiempos pretéritos del ilustre Gregorio Chil y Naranjo. En sus inmediaciones se mantenía en pie un viejo ingenio azucarero, «La Máquina», con una esbelta chimenea, cuya demolición, acometida en su ausencia forzada de la Isla durante décadas, le provocó tristeza y un enorme disgusto. La vivienda suya era independiente de otra más espectacular, de vistoso estilo colonial, levantada por su padre en las proximidades, a la que daban sombra un laurel de indias y un ficus.

Los restos de David J. Leacock yacen hoy curiosamente junto a la cripta y mausoleo de José Samsó Henríquez. Éste, general togado del Ejército, de ideología monárquica, y apasionado de la Agricultura, había sido durante años su amigo y el mediador decisivo con las autoridades españolas de entonces para que D.J. Leacock regresara a Gran Canaria en diciembre de 1963, tras 27 años de «exilio» con el que el régimen franquista le castigó en 1936 por sus ideas políticas de izquierda. La Guerra Civil le había estallado en la plenitud de su vida, con 41 años.

Con emoción y lágrimas José Samsó y David J. Leacock se abrazaron al reencontrarse en las Navidades de aquel año en Bocabarranco de Gáldar, donde poseían fincas colindantes. El abogado guiense Miguel García Lorenzo era uno de los testigos privilegiados del momento. Gracias a éste y a otros presentes de máxima confianza de ambos personajes trascendió lo esencial y más significativo de las frases que se cruzaron inicialmente, en los términos que siguen.

«José Samsó: – ¿Por qué no vino usted antes, Mr. Leacock? Tantas veces que le mandé a buscar. ¿Es que no le llegaron mis mensajes?

David J. Leacock: – Es que no podía, don José. Estaba comprometido con mi Gobierno. La lucha con Hitler ha sido espantosa.

José Samsó: -Sí, claro. Lo sé. Pero usted nos ha hecho mucha falta estos años. Sus iniciativas eran muy necesarias para nuestra agricultura, para nuestra exportación, para nuestra economía».

No en vano, las dos figuras fueron artífices del primer Sindicato Agrícola en el Norte de Gran Canaria y de una acción coordinada para modernizar el sector, incluso la distribución, además de intentar unas exportaciones a Europa con cierto margen de independencia que procurasen mayores beneficios a los cosecheros. Los consumidores y vendedores londinenses respondían siempre que los platános de Canarias eran los mejores, «Are the best».

Richard, hijo de David J. Leacock, que con el tiempo sería un realizador destacado detrás de la cámara de Cine, como su hermano Philip, se atrevió ya a temprana edad a grabar una cinta de diez minutos con el título de «Canary Bananas» en 1935. Recogía en ella todo el proceso del cultivo de plátanos en el Norte de la Isla, empaquetado y posterior embarque para el mercado europeo. Pretendió con este corto informar e impresionar a sus compañeros de internado en Londres con imágenes «de donde venía y cómo era la vida en mi Jardín del Edén», donde vivió hasta los ocho años. Otra demostración en este reconocimiento literal de que la magia de Gran Canaria no solo cautivó al patriarca de esta familia inglesa, sino también a sus hijos, marcando su niñez.

Por su proverbial discreción no exenta de elegancia, propia de un británico clásico, David J. Leacock nunca alardeó en público del talento de su descendencia, aunque se sentiría hondamente orgulloso de todos sus miembros.Richard, que se había graduado en Física por la universidad de Harvard, se decidió por el cine después de tres años en el frente de China y Birmania, grabando para el Departamento de Guerra de EE.UU.

Alcanzaría la notoriedad para la historia del Séptimo Arte junto a Robert Drew alumbrando el denominado Cinéma Vérité, a raíz de su documental «Primary» (1960) sobre las primarias de Wisconsin, en las que J.F. Kennedy se impuso a H. Humphrey como aspirante a la presidencia de EE.UU por el Partido Demócrata. De acuerdo con ambos candidatos filmaron todos sus movimientos durante la campaña, incluso las relaciones familiares.

Por otra parte, Philip, el otro hijo varón de David J. Leacock, rodó una extensa cinematografía como director y realizador, falleciendo en Londres en 1990, a los 73 años, tras retirarse en 1987 con una exitosa serie televisiva interpretada por Vanessa Redgrave, sobre la caza de brujas de Salem.

A comienzos de los años 60 había ganado un Globo de Oro con «La Cruz y la Estrella», película que propugna el entendimiento internacional a través del diálogo y la tolerancia. De signo distinto fue «El amante de la muerte», dirigida igualmente por él, y con reparto de actores como Steve McQueen y Robert Wagner, entre otros.

Todo el relato precedente incita ahora, y por último, a preguntar si son suficientes las distinciones con que los ayuntamientos de Gáldar y Guía han reconocido a David J. Leacok su inmensa contribución al progreso socioeconómico de ambos municipios, en particular, y de la Comarca Norte, en general. El Consistorio galdense lo hizo hijo adoptivo y el guiense rotuló una calle con su nombre.

Un monumento dedicado a su memoria con la firma conjunta de estos ayuntamientos sería una iniciativa incontestable. Constituiría el recuerdo perenne de un hombre ejemplar como emprendedor para las nuevas generaciones que no le conocieron. La propuesta, que ha prendido ya en ambientes locales sin olvidar que el Gobierno español le otorgó con carácter póstumo la Medalla al Mérito Agrícola, es compatible con la idea acariciada por individualidades relevantes para un futuro Museo de la Agricultura. Barajan como sede ideal las antiguas oficinas administrativas de Leacock en Becerril de Guía, al amparo de una Fundación con su nombre.

Algunos rasgos de filantropía atribuidos en su ejecutoria empresarial al titular hoy de ese viejo inmueble decadente, que fue antes del agricultor británico en Guía, invitan a la confianza. La generosidad acreditada en ocasiones por el nuevo dueño será imprescindible para hacer viable este sueño de aquellos defensores del legado moral y material sembrado por Mr. Leacock en el Norte de Gran Canaria.

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Pie de foto: Año 1971. Amado Moreno (d) entrevista en Gáldar para Diario de Las Palmas al cineasta Philip Leacock (i), en presencia de su padre, David J.Leacock. PACO LUIS MATEO

NOTA.- Publicado en La Provincia
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