Santiago Gil //
Nunca dejamos de aprender. Quien se niegue a ver una flor nueva en el jardín por el que pasa a diario se está perdiendo el milagro de la naturaleza, la aparición de lo bello donde anidó la paciencia, el tiempo, el agua, el sol y la insistencia en seguir brotando, en querer nacer después del frío invernal o de la canícula del verano. Lo bello no aparece casi nunca de la nada: hay que aprender a mirar primero, a tener esa paciencia, a insistir, a darle oportunidades a la vida y al tiempo, aun cuando a veces parezca que se nos cierran todas las puertas.
Nunca es tarde para llegar a ninguna parte si estamos vivos. Siempre hay tiempo para cambiar y para seguir reinventándonos. Precisamente cuanto más aprendes, más asumes la condición transitoria de la existencia.
Siempre ha sido así, y siempre ha habido que buscar nuevas respuestas cuando parecía que habíamos llegado a alguna meta, cuando nos cambian las cartas de la partida, cuando todo comienza de nuevo y solo nos queda lo que aprendimos, lo que vivimos y lo que miramos con detenimiento mientras paseábamos por las calles, esa flor que casi nunca vemos entre las prisas y ese ruido cotidiano que nos aleja tantas veces de lo que realmente es importante.
Estos días vemos a los niños en sus primeras semanas de colegio, y también vemos llegar por vez primera a muchos estudiantes a las universidades. A estas alturas yo solo creo en la educación y en la constancia de la enseñanza, pero no solo en la educación que nos dieron a nosotros. Me quedo, claro, con lo mejor de aquellos años, con profesores que cambiaron mi existencia y con el aprendizaje del esfuerzo, y también con el valor de la cultura. Pero estos nuevos tiempos requieren una apuesta por lo humano y por unas enseñanzas acordes a este mundo tan caótico que tenemos.
También es necesario, como ya se hace en muchos sistemas de enseñanza, que se valore a cada niño de manera individual, que se descubran y se potencien sus virtudes, que se estimule su creatividad y que su desarrollo no se vea lastrado por no entender las matemáticas, por no ser bueno memorizando o por no manejarse del todo bien con el lenguaje. Se pueden suplir esas dificultades alentando lo que se tiene de bueno y de grandioso, regalando confianza para que luego sea más fácil acceder a lo que no entendemos.
Necesitamos niños y niñas que crean en su fuerza creativa y en su capacidad para cambiar lo que tienen delante, que apuesten firmemente por sus sueños y que viajen lejos, todo lo lejos que puedan, aunque ese viaje lo hagan desde el salón de su casa con un libro o admirando el nacimiento de esa flor que cambia el color de la mañana de quien aprende a mirarla. Eternos aprendices, o aprendemos eso, para seguir aprendiendo, o nos convertiremos en estatuas de sal cuando menos nos demos cuenta.
CICLOTIMIAS
Lo que leas también serán tus argumentos cuando menos lo esperes.