PEDRO GONZÁLEZ SOSA // Nos insiste un amigo que indaguemos sobre el origen de los populares ocho perros que adornan el frontis principal de la plaza de Santa Ana porque, señala, han formado parte –y continúan– de varias generaciones de niños que juguetearon sobre sus lomos en momentos inolvidables, recuerdos que han quedado plasmados en miles de fotografías. Según Ann Miller (descendiente de Thomas Miller, el primero de este apellido que llegó a la isla) residente en Londres en 1991 en carta dirigida a Nicolás Díaz-Saavedra, dice que "ha sido una tradición en la familia que estos perros de hierro fundido y de tamaño natural fueron donados a la Ciudad por James Miller" (conocido también como Diego Miller) que fue uno de los tres hijos de Thomas que sobrevivieron a la epidemia de cólera de 1851, aclarando que aunque la donación se tiene por cierta no ha podido encontrar entre los viejos papeles de la familia constancia documental, "pero, agrega, los muchos datos que ilustran la tradición solo podrían conocerse en su entorno familiar si no fuera porque la tienen por cierta".
Los dos perros ahora colocados en el jardín del hospital veterinario inglés estuvieron originariamente a la entrada de la iglesia londinense de San Jorge de Hannover Square por donación de un sastre quien durante la II Guerra Mundial, preocupado porque fueran afectados por los bombardeos, pidió al párroco los colocara en la cripta del templo donde permanecieron hasta 1980 y como el sastre no volvió a reclamarlos el responsable del templo acordó donarlos al centro veterinario con la condición de que le hicieran réplicas en metacrilato para ponerlos en el primer emplazamiento en las afueras de la iglesia.
Ann Miller, pese a la tradición respecto a los de Santa Ana ya comentada que siempre circuló a través de varias generaciones de su familia, dice que no ha podido localizar todavía entre los viejos papeles conservados de los Miller noticia sobre la llegada de los perros a Las Palmas, sobre los que Ana María Quesada Acosta en su libro "La escultura conmemorativa en Gran Canaria. 1820-1994" inserta otra versión anónima recogida oralmente de que viajaban en un barco con destino a una ciudad africana y que al sufrir una avería hubo de recalar en nuestro puerto donde fue reparado y su tripulación bien atendida por lo que su capitán careciendo de otros medios para agradecerlo decidió donarlos a la Ciudad.