Albatros


Santiago Gil  // Hay sonrisas que solo se entienden en los horizontes y en las utopías. También hay miradas en las que uno atisba lejanos paraísos. Viajar es vivir otras vidas sin salir de uno mismo, o saliendo de uno mismo sin darnos cuenta de que caminamos por senderos distintos. Un libro también es un viaje hacia la inmensidad de un océano que no termina en ninguna parte.

Pero para escribir un libro hay que viajar mucho hacia dentro y hacia fuera de uno mismo. Los albatros trazan argumentos cuando vuelan cientos de kilómetros siguiendo la ruta de sus propios sueños. Lo he aprendido en un libro que acaba de publicar José Luis González-Ruano. Se titula Donde anidan los albatros y estrena la editorial de viajes Azulia. Leyéndolo he comprendido la sonrisa limpia de José Luis y su mirada perdida en horizontes lejanos cuando lo miras sin que él sepa que lo estás mirando.

José Luis nació en el barrio de San Cristóbal, cuando por allí no pasaban autovías. Vivió una infancia aventurera y oceánica que trata de mantener viva recorriendo los mares de medio mundo y aventurando islas que a lo mejor ni siquiera existen. Para él Ulises es un albatros que sigue el dictado del poema de Kavafis.

La aventura es siempre el viaje y el regreso, como los albatros que él vio en las costas de Nueva Zelanda, solo es un reencuentro momentáneo para recorrer los horizontes con ojos nuevos. José Luis ha recorrido buena parte del planeta tratando de entenderse en los paisajes, desde las islas Galápagos a las costas de Filipinas, de los Andes hasta las nieves del Ártico, desde el Sáhara hasta las ruinas prehistóricas de la isla de Malta.

Y siempre ha entendido el viaje como un libro que nunca acaba. Y cita a Conrad, a Baudelaire o a Stevenson porque sabe que son las imágenes de las palabras y no las de la cámara las que logran eternizar las grandes cordilleras o esos mares cristalinos por los que siguen navegando las ballenas.

En su libro viajamos lejos todo el tiempo, y lo hacemos incluso cuando nos habla de lo cercano, como en ese retrato del farero de Alegranza cuando recorre el islote al final de la tarde entendiendo su pequeñez ante la  inmensidad de la naturaleza. Pero en José Luis hay, sobre todo, un escritor que sabe mirar todo lo que acontece a su lado, y escribo acontece porque en esa mirada encuentra casi siempre algo grandioso en medio de lo cotidiano, o recorre el camino mirando hacia todos los lados. Los albatros no dejan nunca de volar por donde él pasa, y cuando no están los sueña y los escribe en cualquier página.

Decía que Ulises era en su libro ese albatros, pero José Luis también tiene mucho del navegante aqueo y de esas aves que solo saben buscar horizontes lejanos. Lo escribe él mismo en una de sus crónicas: “Viajar hasta olvidar el camino de vuelta”. Y da lo mismo el regreso porque el viajero siempre está de paso.

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