Angelotes


Santiago Gil  //

El desconocimiento, la incultura y los prejuicios nos llevan casi siempre a equivocarnos o a no saber ver todo aquello que requiere algo más que una mirada efímera o un análisis sin profundidad y sin enjundia.

La evolución de cada ser humano depende de su propio esfuerzo y de su capacidad para aceptar todo lo que inevitablemente cambia a su alrededor. La duda es siempre un acicate y la humildad la mejor acompañante en todos los caminos.

Llegamos para aprender. Aquí nadie lo sabe nunca todo. Si acaso se conoce un poco más aquello a lo que hemos dedicado más tiempo, pero siempre habrá alguien que conozca algo que nosotros nunca hemos conocido, y así se aprende, intercambiando los frutos de esos esfuerzos, con mesura, sin corazas y sin esas anteojeras que no dejan mirar hacia los lados, y es justamente en los lados en donde transitan los otros que saben lo que nosotros desconocemos.

Vivimos unos días de gritos y de intentos de imponer un pensamiento único, de no dudar, de creernos en posesión de todas las verdades y de todas las certezas, cuando ya sabemos que la única verdad es que jamás llegaremos a conocer ni el uno por ciento de lo que nos rodea, o que tampoco llegaremos a leer una tercera parte de los libros que quisiéramos que habitaran alguna vez en nuestros cerebros. En esos aprendizajes también nos cruzamos con nuestra relación con los animales.

Estos días he leído varios reportajes sobre los angelotes, una especie relacionada con los tiburones con la que los niños de mi generación crecimos como si fuera el mayor de los peligros, porque la palabra manta estaba llena de prejuicios y de esos temores casi atávicos a todo lo desconocido.

Ahora sabemos que los angelotes son prácticamente inofensivos y que son las crías que se acercan a la orilla las que dan pequeñas mordidas cuando las pisamos sin darnos cuenta.

A mí es verdad que me enseñaron siempre a que no pisara la arena para evitar esos posibles tropiezos, y lo hacíamos porque fueron muchas las veces en que nos contaron que alguien conocía a alguien, que al final nunca conocimos, que se había visto atrapado por un angelote en el fondo del mar.

De esas falsas leyendas marinas se derivaban las persecuciones casi sádicas que sufrían esos animales si eran descubiertos cerca de la costa. Recuerdo a los pescadores tratando de arponearlos o ya sobre la arena, moribundos, cómo eran apedreados violentamente.

Por suerte, todo eso ha quedado atrás, y ahora sabemos que el angelote es una especie casi en extinción que embellece los fondos marinos y contribuye al equilibrio de las otras especies. La ciencia y el conocimiento no solo logran que nos entendamos un poco mejor los seres humanos.

También nos ayudan a entender que convivimos con otros seres vivos a los que solo podremos acercarnos cuando logremos vencer todos los prejuicios.

CICLOTIMIAS

El asombro debe acontecer después de cada parpadeo.


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