El periodista, escritor y crítico literario Antonio Puente Reyes impartirá el seminario ‘La proyección atlántica en la historia de la literatura canaria (con especial atención a la poesía)’ en la Casa-Museo León y Castillo de Telde los días 13 y 26 de noviembre y 3 de diciembre. A través de tres jornadas, propone un recorrido por las raíces y proyecciones universales de la literatura insular, explorando cómo los autores canarios han configurado una identidad marcada por la insularidad y el diálogo entre geografías del Atlántico.
¿Cuál es el objetivo principal que espera alcanzar con estas tres jornadas?
A raíz de mi tesis doctoral en el programa de Islas Atlánticas, una investigación precisamente de la identidad canaria a través de la literatura y el pensamiento enfocada hacia la atlanticidad, me pareció pertinente abordarlo de un modo didáctico a través de autores singulares en episodios determinantes de la literatura canaria. También en mis libros de ensayo Isla militante (Pre-textos) y El sol en el suelo (Amargord) abordo la atlanticidad, pero con una mirada exterior a las Islas, con análisis específicos de otras latitudes de nuestro mismo entorno oceánico, como, por ejemplo, autores de Madeira o de Martinica, o de la literatura irlandesa y cubana, que me ha parecido oportuno contrastar con la literatura canaria, para obtener una definición amplia, global, y no únicamente endógena, como si fuéramos un caso aparte.
¿Cómo ha seleccionado a los autores y las obras que se analizarán?
La selección podría haber sidomucho más amplia, pero se trataba ahora de abordar algunos puntos neurálgicos de nuestra tradición, sin descartar que se pueda proseguir con más autores en un futuro. Obviamente, la figura de Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538- 1610) es insoslayable, por cuanto es el fundador de la literatura insular, con parámetros justamente atlánticos. Él coloca los cimientos de la hegemonía del espacio en la poesía canaria. Y me pareció oportuno cotejarlo con su discípulo más aventajado, como es Silvestre de Balboa (1563 – 1644), que, desde Gran Canaria, parte a Cuba, y asentado en Puerto Príncipe (la actual Camagüey) se convierte, a su vez, en fundador, con su “Espejo de paciencia”, de la literatura cubana. Alonso Quesada (1886-1925), es una figura central en el tránsito del modernismo a las vanguardias, además de que celebramos este año el centenario de su nacimiento; sigue siendo hoy día “nuestro contemporáneo”, como coinciden en señalar sus principales estudiosos, y, asimismo, me pareció oportuno contrastarlo con Domingo Rivero, que inaugura la modernidad lírica en las Islas, encarnando el tránsito del Romanticismo al modernismo en Canarias. Por supuesto, que quedan muchos autores por abordar, y también autoras muy importantes en nuestra tradición, desde Josefina Plá a Nivaria Tejera, o desde Josefina de la Torre a María Rosa Alonso, y otras. Pero, para este ciclo me pareció pertinente atender a los cimientos más divulgados, y me pareció interesante también cerrarlo con las miradas sobre las Islas de dos foráneos de excepción, como Miguel de Unamuno, y su “De Fuerteventura a París” y André Breton, y su “El castillo estrellado”, que componen entre ambos un elocuente y contrastado estudio sobre las Islas, en la época crucial de las vanguardias, justo antes de la Guerra Civil.
¿Qué características considera esenciales en la literatura canaria que la diferencia de otras literaturas hispánicas o atlánticas? ¿Qué papel juega la insularidad en ella?
Lo que nos distingue, sobre todo, es la condición insular atlántica. Y a lo que apunta el seminario es a encontrar características compartidas, más que privativas, de la literatura canaria, que, no obstante, se repiten en las diversas latitudes insulares atlánticas. El rasgo más importante es, en nuestro caso, y ya desde Cairasco de Figueroa, la hegemonía del espacio sobre el tiempo (“Todo nos vendrá del mar; es nuestra historia”, dice, por ejemplo, Pedro García Cabrera). Se da, por tanto, una suerte de sincronización del espacio-isla, en tanto que la dimensión temporal es opacada, como subsidiaria del espacio. “Sólo geográficamente puede ser explicada nuestra génesis mítica”, señaló Agustín Espinosa, otro de los autores importantísimos, que he preferido dejar para otro futuro seminario. O, también, “El insular vive más cerca de su geografía”, expresa Domingo Pérez Minik. Así pues, el espacio funciona como la variable independiente de nuestras características; lo esencial es la materialidad de la escritura y el predominio espacial. Otras características importantes son: la ambivalencia a la hora de concebir la isla, como edén y como presidio; la especificidad de la luz; el desarraigo existencial (los personajes y sujetos poemáticos suelen ser individuales y monádicos, desde el mito de San Brandán al ser “soledoso”, en término de Eugenio Padorno, o al “náufrago”, en el imaginario de Espinosa), frente a personajes corales de otras literaturas, mediterráneas o hispánicas). También es importante, en las literaturas atlánticas, el papel central de las digresiones como ejes de los relatos. Lo determinante es, pues, la doble condición, de insularidad y atlanticidad.
¿Cómo definiría la “identidad atlántica” en la literatura canaria y cree que existe un hilo común que conecte a los autores de diferentes siglos?
Hay una definición de Ángel Sánchez que me parece clave: el canario es un “criollo euroatlántico”. Y la concepción del espacio más propicia -que han desarrollado Juan Manuel García Ramos y Manuel Padorno- es la de “Comarca cultural atlántica”. En términos generales, decir que, frente al Mediterráneo, que es un mar cultural, el Atlántico es un mar perpetuamente inédito, por descubrir. Un mar presocrático, ha dicho también Manuel Padorno. En realidad no es un mar, sino un océano, o, en todo caso, un mar medio-oceánico, cuya metrópoli, en términos existenciales, está en el agua de altamar. Se dan, incluso, una geometría y una morfología específicas. García Cabrera afirma que, mientras el Mediterráneo tiene dos dimensiones, largo y ancho, el Atlántico posee una tercera: profundidad. Creo que la identidad atlántica eslo que propicia la conexión entre los autores de diversas épocas. Como veíamos, las características materiales y espaciales instauradas por Cairasco permea los cinco siglos de la joven historia cultural de las Islas, donde se pasó directamente de la prehistoria al Renacimiento, y, en definitiva, los grandes autores de nuestro legado siguen estando vigentes; en mayor o menor medida, son contemporáneos nuestros.
¿Por qué cree que es importante abordar la literatura canaria desde una perspectiva histórica y comparada?
Precisamente, para salir del ensimismamiento. En mis investigaciones he podido comprobar que existen esos rasgos comunes en las islas atlánticas, pero que luego no se ponen en común, sino que cada región lo vive como algo endógeno, y creo importante buscar esa inclusividad. No contar con precedentes en ese sentido y el propio ensimismamiento son características comunes a tener muy en cuenta. Más que una lectura de significados, estrictamente interna, con la mirada puesta en los tópicos, y vuelta hacia el paisaje isleño y la mitología aborigen, lo que ahora procede es una lectura atenta a la sintaxis insular, propulsada hacia el exterior. Paisaje y mitología isleña no son terminal del viaje, sino punto de partida.
Entre los autores que se analizarán, ¿hay alguno que personalmente le haya marcado más?
Todos los escogidos me interesan por igual, por razones varias. Y también algunos que quisiera abordar más adelante. Entre los que trataremos, me resultan especialmente relevantes Bartolomé Cairasco de Figueroa y Domingo Rivero, porque son, respectivamente, el fundador de la poesía canaria y el de la modernidad poética. A través de su discípulo Silvestre de Balboa, Cairasco contribuye a fundar la poesía cubana, pero, además, según ha podido demostrarse en tiempos recientes Cairasco fue decisivo en la formación de Góngora, por lo que también contribuyó a la fundación del Barroco peninsular. Domingo Rivero es un personaje que inspira mucha empatía, y muy Interesante de investigar, porque apenas hay datos biográficos. Fue un poeta casi secreto, que empezó a escribir ya cumplidos los 50 años y permaneció inédito en vida. Su poema “Yo a mi cuerpo” sigue siendo una de las cumbres de las letras hispanas.


