Santiago Gil //
Una vez nos confesó Juancho Armas Marcelo que estaba escribiendo sus memorias porque temíaque algún día el olvido apareciera con esa hoz que borra el pasado y nos deja a la intemperie de nosotros mismos. Escribir novelas es una manera de estar un poco más vivo y de ser dioses de los personajes que van apareciendo en la ficción.
Armas Marcelo ha escrito grandes novelas y por tanto ha sido un dios creador muchas veces, pero esta vez su argumento es su memoria y su propia vida, la que vivió intensamente, la de los amores y las deslealtades, la de los paisajes y la de todos esos años en los que ha visto caer muchos egos que se creyeron inmortales.
Como escribe tantas veces en ese primer tomo que recorre su existencia: sic transit gloria mundi. Da lo mismo que algunos no escuchen la sabiduría del latín, o que haya otros que no lean a Kipling para que aprendan a tratar como idénticos impost
Este primer tomo de memorias de Juancho lo acaba de editar Renacimiento y lleva por título "Ni para el amor ni para el olvido". Tuve la suerte de leer el borrador de este libro hace un tiempo y, tal como escribí entonces, reitero que es un testimonio literario de alguien que supo siempre lo que quería y que se empeñó en conseguirlo no haciendo caso a quienes no saben que las pasiones de la vida no admiten medias tintas.
Quería ser escritor y escribir todo el tiempo que tuviera por delante. Y eso es lo que ha hecho en todos estos años, escribir y escribir, y leer y leer todo lo que ha podido. Muchos no entienden de eso y quieren ser escritores sin lecturas y sin las diez mil horas que decía Steve Jobs que había que dedicarle a cualquier proyecto si realmente queremos que valga la pena.
Juancho no tiene que sumar horas,ni tampoco ha de demostrar nada a estas alturas de la partida. Ha jugado con sus cartas, algunas veces apurando hasta el límite, a veces perdiéndolo todo, y otras ganando esa fama que él sabe que no vale nada si no se le suma el trabajo y el talento, ese vicio de escribir que él le atribuyó a Vargas Llosa, y también el vicio de vivir y de ser libre, de no rendirle cuentas a nadie y de contar lo que se piensa, con sus filias y sus fobias y con todos esos viajes que le han convertido en aquel hombre de mundo que imaginaba un niño soñador en el Huerto de las Flores de Agaete o entre el zureo de los palomares de Vegueta.
En el libro se explica la diferencia entre un superviviente y un resistente. Los primeros, como decía Watt, han tenido que cometer demasiadas canalladas para sobrevivir: los otros, los que resisten, son los que al final pueden mirarse sin miedo ante su propio espejo.
Si leen estas memorias comprobarán que la biografía de Armas Marcelo se parece a la de esos héroes que siempre disimulan (o escriben) cuando descubren que la vida es efímera y, sin duda, mucho más corta de lo que ellos quisieran.