Eduardo González: “Hacer ‘La pistola que Millán Astray le regaló a mi abuelo’ me costó más que ‘Mararía’ pero menos tiempo”


El dibujante Eduardo González acaba de presentar la obra La pistola que Millán Astray le regaló a mi abuelo, escrita por el presidente de la Fundación Cine + Cómics, Francisco Pomares, poco después de haber hecho lo propio con Mararía de Rafael Arozarena que considera su principal trabajo. Las diferencia entre ambas serían que la recién publicada “me resultó más difícil de hacer que Mararía, aunque me llevó menos tiempo y son menos páginas. Pero me costó más por el lenguaje”.

En concreto, esta última le daba mayores posibilidades de fantasear, mientras que en la recién publicada “todo está bastante más determinado. Los sitios son los que son y no hay más. Tienes que dibujar lo más exactamente posible una calle concreta de Madrid, el pueblo de Mula en Murcia donde vivieron sus abuelos, la guerra de África… Por ello el dibujante tuvo que documentarse todo lo posible para conocer los personajes y los lugares en los que transcurría la historia.

El libro es la historia de los dos abuelos de Pomares. Uno de ellos decía que Millán Astray le había regalado una pistola por servicios que había prestados. Pero era mentira. En realidad se la había quitado a un soldado muerto que encontró después de una batalla. El periodista dice en el libro que incluso está seguro de que su abuelo ni siquiera llegó a conocer a Millán Astray. La obra repasa la historia de su familia, un viaje que comienza en los años cincuenta cuando se trasladan al Sahara y acaba en Santa Cruz actual, aunque en realidad el relato tiene como personajes principales a sus abuelos. 

El origen de La Pistola que Millán Astray le regaló a mi abuelo se sitúa en la amistad de Pomares con González que puso en sus manos lo que en realidad había sido un trabajo para la Universidad con el fin de que lo convirtiera en un cómic. “Era una especie de ensayo, un pequeño ejercicio de repaso sobre su propia familia con muchas páginas para un trabajo de curso pero pocas para hacer un álbum”. Lo que más le atrajo al dibujante fue que nunca había trabajado con crónicas, de manera que al ver la obra, “me gustó y me pareció viable”.

Asegura realizó el álbum con una libertad total y el presidente de la Fundación le facilitó lo que le necesitaba que era sobre todo fotos de sus abuelos, padres, hermanos, de lugares… “Afortunadamente él tiene un buen archivo fotográfico y me entregó lo que necesitaba”. 

Recuerda que al periodista, “le dio un poco de pudor porque es una historia personal, familiar… pero me lo confió, sin darme ninguna indicación y lo dejó en mis manos”. Era lo siguiente que hacía después de Mararía y el reto era que fuese algo distinto, otro tipo de dibujo. “Pensé en recurrir más a los tonos que al color, según las diferentes épocas históricas en la que transcurre que van desde la Guerra de África a principios del siglo XX, hasta hace algunos años y cada una tiene su propio tono”. 

Aunque él lo niega, González se ha convertido en uno de los dibujantes de cabecera de la Fundación que durante sus años de funcionamiento ha sacado a la luz una cuarentena de publicaciones tanto de autores jóvenes y desconocidos como de otros más asentados. “Algo que resultaba impensable hasta entonces”, señala González.

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