El carril bici


Santiago Gil  // Tienen razón esos que dicen que pedaleando regresas sin darte cuenta a la infancia. Desde hace unos meses me muevo en bicicleta por Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que en su parte baja carece de cuestas o de tramos complicados. Por eso me pregunto cómo hemos tardado tanto tiempo en intentar parecernos a Amsterdam.

Tampoco entiendo por qué decidimos un día echar a La Pepa de nuestras calles y dejar solo unos raíles como si eso fuera un motivo de orgullo. Y es que era al revés, cuando aparecieron esos hierros en Triana era para avisarnos de que habíamos sido unos cenizos enterrando el tranvía, y que lo que teníamos que hacer era tratar de recuperarlo cuanto antes.

No me gustaría morir sin haber recorrido en tranvía esta ciudad contradictoria, cosmopolita y atlántica en la que vivo hace años como mismo puedes recorrer Lisboa, San Francisco o Amberes, o como cuando vas y vienes de Santa Cruz de Tenerife a La Laguna sin atascos imprevistos.

Pero yo quería hablarles del carril bici y de lo mucho que se parece a los otros carriles o a las aceras por donde transitamos los humanos cada día. Cuando vas por la Avenida Marítima te tienes que cuidar de los Indurain que van en bicicletas que parecen cuatro por cuatro y que no frenan aun sabiendo que tú apenas tendrás sitio cuando pasen ellos.

Y eso que saben, además, que solo te separa un bordillo de la pista cuando pedaleas en dirección a San Telmo. También te encuentras con los lumbreras que han enjaulado a los ciclistas entre el Teatro y la Audiencia con dos carriles por los que no caben ni las chopers de cuando éramos chicos.

Cuando vas por el carril bici tienes que estar atento a los despistados que caminan como si lo hicieran por la orilla de Las Canteras o a los que llevan a los perros con las correas extensibles entrando y saliendo del espacio acotado para que pasen dos ruedas con un cuerpo encima, y con una cabeza que sería el parachoques si se cruza ese perro, ese peatón despistado o si aparecen esas parejas que pedalean y hablan ocupando los dos carriles.

Así y todo me quedo con lo bueno que me aporta este ciclismo aficionado que practico desde La Laja a La Isleta. Ya estoy deseando que abran ese carril que nos lleve a Telde por la costa o que acondicionen la ruta desde el Pambaso por el Guiniguada para emular a los paisanos de Van der Does subiendo en bicicleta por donde él se adentró con intenciones aviesas y poco deportivas.

Al final, como decía al principio, uno regresa a las aventuras de la infancia según se sube en la bicicleta, y además nos permite mantenernos en forma y bajar el colesterol y la barriga de las cervezas. Y encima parece que volamos como aquel día en que nos quitaron los ruedines y descubrimos que podíamos recorrer los caminos de la vida dependiendo de nuestros propios equilibrios.

Ciclotimias

No somos más que una sucesión de puntos suspensivos que se alejan de los mapas conocidos.

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