El eco de los deseos


Santiago Gil  //

Que no se olviden los buenos deseos ni los sueños, que no quede todo en el tintineo pasajero de un brindis de diciembre, que cada día sea un gran acontecimiento, una llegada del mundo, una posibilidad de encontrar lo que más deseas, un vuelo inesperado de gaviotas cuando miras al cielo, un olor a pan recién horneado que te sorprende en cualquier calle, que la vida no pase de largo nunca más a tu lado, que todos esos deseos por los que brindaste se vayan concretando con cada nuevo día que pase, y si no se concretan que podamos inventar otros deseos y otros sueños para volver a ilusionarnos y para creernos que todo lo hagamos dependerá de nuestro propio esfuerzo.

Una vez terminan los brindis y nos acostumbramos a escribir los nuevos dígitos en todas partes, van pasando los días como si fueran de otros, como si fuéramos eternos.  El 2018 cuando vivíamos en 1981, por ejemplo, era una cifra casi de ciencia ficción, como si perteneciera a un planeta que imaginábamos muy distinto al que habitábamos, como si olvidáramos que somos los propios seres humanos los que vamos escribiendo nuestros argumentos. 

La costumbre de vivir hace que muchas veces nos olvidemos del significado del verbo y de lo que es la vida, más allá de lo que nos cuenten otros. La vida de los otros está bien para las novelas y para las películas, pero no para que nadie ocupe nuestro lugar, decida nuestro destino o se erija en portavoz de nuestros pensamientos. 

Quizá lo que realmente deseo para 2018 es que podamos volver otra vez a la senda individual de los caminos para luego, cuando cada cual aprenda, con sus triunfos y sus fracasos, con sus lecturas y con sus silencios, darnos la mano y tratar de cambiar ese supuesto pensamiento uniforme y ese consumismo que nos quieren imponer desde todas partes. La vida que cada uno viva no le pertenece a nadie, no debe ser juzgada por nadie, no puede ser impuesta por nadie. Pero para que esas vidas se desarrollen y cuenten con oportunidades, debemos garantizar el acceso a la educación y a la cultura de todos los seres humanos. 

La felicidad, que al final debería ser nuestro único objetivo, solo se consigue ofreciendo a cada persona que vive en este planeta las mismas oportunidades para que pueda hacer su camino sin que nadie le marque los pasos. Cada vez será más difícil ese logro porque cada vez están más interesados en marcar los pasos de todos al mismo tiempo y en volvernos indolentes e insolidarios. 

No era la tecnología la que nos iba a liberar de esos grilletes que siempre han querido imponer muchos de los que mandan. La tecnología solo será útil cuando sirva para hacernos más libres. Y claro que sirve para tender esos puentes y para derribar prejuicios y dogmas. También para que la igualdad sea por fin una palabra que no nos ruborice al pronunciarla.

CICLOTIMIAS

No hay más días que los que vivimos conscientes de nuestro destino.

 

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