El idealismo de un genio


Santiago Gil // Cervantes tuvo una de las vidas más desgraciadas que conozco: prisionero varias veces, pobre casi hasta la miseria y masacrado por los escritores de éxito de su época. Pero jamás se rindió y buscó refugio en la literatura y en sus personajes. Hace unos días le escuché a Bono, el cantante de U2, que su madre murió cuando él tenía dieciséis años y que desde entonces lo dejó convertido en artista. Paul Auster escribe en Diario de invierno que un escritor busca en las palabras la curación de una herida. Miguel de Cervantes Saavedra compensó los agravios vitales y todas esas humillaciones de la vida escribiendo algunas de las obras más grandiosas de la historia de la literatura.

No hablo solo del Quijote. Ahí están otras obras maestras como Los trabajos de Persiles y Segismunda y las Novelas Ejemplares.Detrás de todos esos personajes hay alguien que quiso contar la vida y que quiso quedarse en cada una de sus palabras. Hace años escribí que no entendía cómo Cervantes había escrito una novela como el Quijote sin haber leído antes una novela como el Quijote. No es una boutade. Nosotros lo hemos tenido fácil. Ya encontramos a Alonso Quijano para orientarnos y para saber que todo puede ser creíble si nos asomamos al alma humana y si recreamos un paisaje mucho más allá de lo que tenemos delante. Cide Hamete Benengeli, ese morisco y manchego que supuestamente trazó parte de la historia de Sancho y de Alonso Quijano, también nos da muchas pistas sobre una novela que contiene la narración oral y ese encuentro de culturas que enriquece cualquier obra de arte. Lo judío, lo morisco y lo cristiano se confunden entre las páginas del Quijote, pero sobre todo aparece el idealismo de quien necesita inventar otros sueños para que la vida no sea un lodazal de quebrantos y de penas.

Cervantes no era aquel señor de gesto adusto que dibujábamos en el colegio siempre que llegaba el Día del Libro. Es la fiesta de la palabra, el aprendizaje imprescindible para cualquiera que aspire a contar historias, el camino trazado mucho antes, los juegos de espejos, los tiempos entremezclados y hasta el derecho a la incongruencia si el escritor consigue volver creíble lo que aparentemente es imposible. Sancho pierde el jumento en un capítulo y llora por la sierra la pérdida de su amigo inseparable, y en el capítulo siguiente Cervantes lo presenta montado nuevamente en su rucio sin necesidad de explicar nada, porque la vida también nos hace vivir momentos así de inexplicables en los que no nos queda más remedio que asumir la contradicción cotidiana de nuestras propias vivencias. Buscó entre sombras mejor que nadie y antes de que Kafka nos contara que ese era el único camino en el que hallar los argumentos. No sería capaz de imaginar la vida sin los personajes de Cervantes. Le faltaría algo a este planeta sin Don Quijote y sin Sancho Panza, y la novela no hubiera sido nunca novela sin aquel escritor que perdió un brazo, que estuvo encarcelado y que sufrió por amores y por esos rechazos de quienes atacan siempre lo que no alcanzan.

Sin Alonso Quijano hubiéramos estado huérfanos de aventuras y de sueños. Quizá sea más real que el propio Cervantes y que casi todos nosotros, y seguirá siendo igual de carnal cuando ya no estemos y haya otros ojos deseosos de escapar lejos a través de las palabras. Lo escribió mucho mejor León Felipe hace años: “Ponme a la grupa contigo,/ caballero del honor,/ ponme a la grupa contigo,/ y llévame/ a ser contigo pastor.” Para subir a esa grupa, y para evitar que la ventura no termine jamás en aquella playa de Barcino donde fue derrotado por la armadura de la realidad, leamos el Quijote, leamos a Cervantes, mantengámonos vivos sabiendo que siempre queda una utopía al final de cada frase.

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