Entrevista con Alberto Requena: “El entorno se ha sobreexplotado sin límite”


  • El catedrático emérito de la Universidad de Murcia participa en el Seminario de Progreso Sostenible, Derechos Humanos y Naturaleza
  • El ciclo se celebra del 21 al 23 de junio en la Casa-Museo León y Castillo de Telde

Alberto Requena, catedrático emérito de la Universidad de Murcia, ha hecho girar la mayor parte de su vida alrededor de la ciencia. La educación del ser humano como elemento decisivo para perfilar su libertad figura en el encabezado de sus intereses vitales. Divulgar la ciencia es para él contribuir a incrementar el conocimiento. Se lamenta de que la relación de los humanos con la naturaleza se ha limitado a considerarla como un mero instrumento, lo que ha derivado en la sobreexplotación de sus recursos. Presidente de la Academia de Gastronomía de Murcia, asegura que la cocina “es la química más noble”. Interviene el día 23 de junio en el cierre del seminario de Progreso Sostenible, Derechos Humanos y Naturaleza organizado por la Casa-Museo León y Castillo, de Telde, con la conferencia titulada: ‘Visión biocéntrica: Ética de la Tierra’.


P.- ¿Qué es la ética de la Tierra?

R.- La ética de la Tierra es una posición ética del Medio Ambiente, centrada en el fenómeno de la vida. Es una posición biocéntrica, que reconoce un orden en la estructura y el funcionamiento de la naturaleza, con anterioridad a que se pudiera expresar la voluntad humana, tanto individual como colectivamente. La propuesta fue acuñada por el conservacionista norteamericano Aldo Leopold, que consideraba que la Tierra es una comunidad en el sentido más básico de la ecología y debe ser amada y respetada desde la expansión ética, lo que conlleva comportamientos sociales y antisociales, de forma que una conducta buena es la que tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de las comunidades biológicas y mala en sentido contrario. Una expansión natural es la consideración de un sistema global integrado por las partes que lo componen, más las interacciones resultantes de las relaciones entre esas partes.


P.- ¿Ha vivido el hombre de espaldas a su entorno?

R.- La visión antropocéntrica de los modelos que basan su contenido en la importancia de las personas como cúspide de la evolución hace que, lejos de considerar a la naturaleza como un valor intrínseco, se limite a un valor instrumental. Algunas creencias han fomentado la visión antropocéntrica e impulsado la explotación de la naturaleza, como el Génesis describe en (1:28), cuando dice: “y los bendijo Dios y les dijo creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sojuzgadla y enseñoread en los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias que se mueven por la superficie de la Tierra”.  Es cierto que en otras escenas se cuida la Tierra desde el amor, como evidenció San Francisco de Asís, pero también es cierto que el propio Protágoras enunció de forma lapidaria aquello de “el hombre es la medida de todas las cosas”.  La comodidad de estas concepciones y la salvaguarda de los propios intereses, siempre económicos o similares, han prevalecido durante demasiado tiempo en la historia de la humanidad. El entorno se ha considerado con un valor exclusivamente instrumental y se ha sobreexplotado sin límite. Ahora vienen los “madre mía”.


P.- ¿La responsabilidad por la salud de la Tierra es individual o colectiva?

R.- Las personas estamos dotadas de capacidad para realizar juicios sobre la bondad de nuestros actos y aceptar las consecuencias de los mismos. No todas las personas podemos ser agentes morales, pero las excepciones habrá que situarlas como sujetos morales que deben recibir un trato moral por aquellos que tienen tal posibilidad. En la actualidad, las sociedades occidentales avanzadas reconocen que todos los humanos tenemos una serie de derechos inalienables, como son la vida, la libertad o la búsqueda de la felicidad. En esta extensión moral estamos incluidos tanto a nivel individual como colectivo. A ambos niveles tenemos que dar respuesta por la responsabilidad que acarrea el ser humano.


P.- ¿Qué obstáculos existen para la posibilidad de lograr una relación ética con la Tierra?

R.- Al igual que la personalidad, la concepción de las cosas se va forjando extrayendo elementos significativos de la cultura, de la educación y, en suma, de todas las influencias que emergen en el entorno en el que nos situamos. A lo largo de la historia ha habido muchas concepciones distintas sobre las relaciones que nuestra especie debe mantener con el resto de la naturaleza. No le estamos dando la importancia que debiéramos otorgarle a la cultura. Estamos degradando nuestros valores al ir sustituyéndolos por nuevas concepciones en las que el utilitarismo se apodera de las posiciones deontológicas, y da paso a posiciones utilitaristas en las que el bien de determinados colectivos prevalece sobre el de la humanidad. Es una deriva que no hace prever a corto plazo soluciones para problemas de envergadura que hoy nos aquejan.


P.- ¿Qué iniciativas puede seguir el ciudadano de a pie para iniciarse en los valores de la ética ambiental?

R.- Hay mucha gente que estima que la ética es algo inamovible que nos viene dado, cuando en realidad se forja y construye cada día. Lo importante es la concepción de lo que debiera ser, que es de lo que se ocupa la ética. Para llegar a ello, tiene que haber voluntad de alcanzar una madurez que posibilite la armonía, el equilibrio y una escala de valores que sitúen debidamente las conductas humanas. El debate clarificador puede ayudar sensiblemente. Curiosamente, muchos que estiman que han recibido una educación de calidad nunca han oído ni reflexionado sobre comportamientos éticos. Es una deficiencia palmaria y generalizada en nuestra sociedad. El utilitarismo que han impuesto todos los sistemas educativos del mundo, nacidos al socaire de la industrialización, ha gobernado la jerarquía de las disciplinas, relegando determinadas áreas y olvidando otras que, hoy, más que nunca, se desvelan como imprescindibles. Me atrevo a afirmar que solamente con una preparación ética de nivel podremos ser más felices, que es el imperativo categórico de la vida.


P.- Usted hace un interesante trabajo de difusión de temas científicos y ambientales en los medios de comunicación. ¿Qué importancia tiene la difusión científica en nuestra sociedad?

R.- La divulgación científica, en el más estricto sentido, por tanto, alejada de la difusión, implica poner los avances científicos y el conocimiento a disposición de todo el que quiera conocer este mundo como funciona, como son las cosas y el papel que suponen. Es una tarea que la sociedad requiere y que los que nos dedicamos a la investigación tenemos que cumplir. Se trata de un retorno de los cuidados que la sociedad nos ha proporcionado para nuestro trabajo. Toda contribución que conlleve a que la sociedad tenga acceso más próximo al conocimiento redunda en beneficio de satisfacer la curiosidad humana, que es proverbial. También ayuda a reflexionar, incluso a generar ideas que serán beneficiosas para el resto de la humanidad, siempre y cuando se propicien aportaciones de novedades que resulten eficaces.

La transmisión del conocimiento y hacer asequible a profanos de aspectos interesantes es una tarea plenamente satisfactoria, para el que la práctica y para quien se beneficia de ello. La prodigalidad con la que los académicos, en general, se conducen en materia de ciencia, es un valor de mucho interés en una sociedad civilizada. Impulsa el progreso, además del desarrollo.


P.- El año pasado fue nombrado presidente de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia. ¿Cuál es la función de este organismo?

R.- La institución Academia de Gastronomía se ocupa de una parcela de mucho interés, por cuanto la necesidad de ingerir alimento imprime una relación estrecha y de por vida con los productos objeto de la alimentación. La cocina es un factor técnico que, cuando está envuelto en la carcasa de la historia, los orígenes, los aspectos nutritivos, los saludables y la componente social, desde la amistad a la familiar, configura el entrono gastronómico.  La gastronomía no solo es sabor, color, textura y olor, como la física y la química configuran, sino todo ese entorno que aporta la magia asociada a compartir mesa y mantel y desgranar la vida desde la atalaya de la conversación y la armonía que proporciona. La divulgación de todo el entorno gastronómico y propiciar encuentros en los que se evidencie tal aspecto es la misión, como academia, de la gastronomía. Y lo cumplimos. Estoy convencido de que la química más noble está aquí encerrada.


Trayectoria de Alberto Requena Rodríguez

Alberto Requena Rodríguez es doctor en Ciencias Químicas y catedrático emérito de la Universidad de Murcia. La química física, la cuántica, la informática y la música son sus más importantes pasiones. La ciencia ha ocupado toda su vida de forma relevante. La educación del ser humano como elemento decisivo para perfilar su libertad figura en el frontispicio de sus intereses vitales. Divulgar la ciencia es para él contribuir a incrementar el conocimiento.

Ha sido presidente de la Comisión de Ciencias de Catedráticos de Universidad del programa ACADEMIA de ANECA desde junio 2011 hasta junio 2014. También ha sido miembro titular de la Comisión de Ciencias de Catedráticos de Universidad de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) hasta junio de 2011.

Es presidente del macro-área de ciencias para la evaluación de proyectos de investigación de la Agencia Valenciana de Evaluación y Prospectiva (AVAP) desde noviembre de 2010 hasta la actualidad.

Ha sido director de un total de 21 tesinas de licenciatura y tesis de máster. Autor del libro de divulgación científica ‘Triadas’, editado por Netbiblo (2008), y también de más de 200 artículos de divulgación científica en diferentes medios de comunicación.

Formó parte del equipo que puso en marcha la Escuela de Informática de la Universidad de Murcia, siendo su primer director. También fue director del Instituto de Fomento de la Región de Murcia entre 1992 y 1993.

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