Filantropías


Santiago Gil //

 

No son buenas las noticias publicadas recientemente sobre los índices de lectura en Canarias, pero no se pueden esperar otros datos si se desmantela la educación, se idiotiza desde las televisiones, se enreda y se falsea desde las redes sociales y si, en lugar de apoyar a quienes enseñan, vamos dejando que la insolencia, la arrogancia y la incapacidad lleguen a muchos despachos donde se toman decisiones importantes. 


Alguien que lee es alguien que está a salvo, que contará con su propio criterio porque habrá crecido en sus silencios y en los planteamientos de otros que crearon ficciones, o que razonaron o contaron la historia de la que venimos y que tanto confunden ahora los interesados en alentar los extremismos y las irracionalidades. No es nada nuevo lo de esas cifras de lecturas, y hasta que no aparezcan otros índices más esperanzadores seguiremos dando palos de ciego.


Yo soy lector por las profesoras que supieron acercarme a los libros con su pasión y con su ejemplo, y también porque pude estudiar y contar con esa cultura previa tan necesaria para luego poder elegir en los distintos cruces de camino que te encuentras a lo largo de la vida. Recuerdo, por ejemplo, aquellos poemas que me acercaron a la literatura y a las profesoras de Literatura del instituto que nos leían a Antonio Machado y luego ponían la música con la que Serrat interpretó al autor de Campos de Castilla. 


Entre la canción y el poema guardé los versos tan conocidos de Retrato, aquellos que recordaban un patio de Sevilla y un huerto claro donde maduraba el limonero. Y luego también estaban los otros versos que cuentan que quien habla solo espera hablar a Dios un día, y aquellos en los que el poeta decía que conversaba con el hombre que siempre iba con él y que ese hombre, que era él mismo, le había enseñado el secreto de la filantropía. Todo eso lo descubrí el otro día releyendo el poema. 


Durante años, en ese poema, incluso cuando lo escuchaba cantado por Serrat, yo había confundido filantropía con misantropía, como si hablando uno consigo mismo se encerrara más dentro de sí; pero mi memoria me confundía, y era justo al revés lo que escribió Machado: cuando hablamos con nosotros mismos, cuando somos conscientes de nuestras luces y de nuestras sombras, más nos acercamos a la filantropía, a entender las luces y las sombras del otro, a ser mejores personas, por eso me preocupan los resultados registrados en el barómetro de hábitos de lectura de Canarias (el 43,6% de canarios mayores de 14 años nunca lee un libro solo por el placer de leer), porque solo cuando aprendes a ponerte en el lugar del otro se evitan los conflictos y los radicalismos. Filantropía, no concibo palabra más bella y más necesaria: procurar la felicidad de los otros tanto como la querríamos para nuestras vidas.

 

 CICLOTOMIAS

 

A veces uno tararea melodías que aún no ha llegado a escuchar en ninguna parte.

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