- El escritor presenta en la Casa de Colón su primer libro, ‘El niño de la tienda de telas’, el día 10 de junio, a las 19:30 horas
“Escribo para huir de una realidad que no me gusta y me invento otra que le guste a los demás, especialmente en estos tiempos de pandemia de absurda realidad. Y ese ratito en el que me estoy inventando las vidas y las muertes de otros, me olvido de mi vida y del morir de cada día”, asegura Jesús Ibrahim Chamali, que acaba de editar su primer libro, ‘El niño de la tienda de telas’. La Casa de Colón acoge el día 10 de junio, a las 19:30 horas, esta primera entrega de Chamali.
Chamali, que se considera más lector que escritor, confiesa que “no tengo autores predilectos ni un tipo de lectura predeterminada, solo lo que considero buena literatura. Al ser apátrida, soy ciudadano del mundo, no tengo preferencias por ningún país, ningún color, ninguna religión, ni ningún sexo, me gusta la literatura”, subraya.
Considera que esta primera entrega titulada ‘El niño de la tienda de telas’, a través de relatos cortos, “relata la vida desde la curiosa mirada de un niño como lo fue él, visto desde una tienda de telas que tuvieron sus padres, emigrantes sirios y libaneses, en la capital grancanaria. No se trata de una biografía, pero sí está muy basado en mis vivencias y en las de un niño parecido a él, como tantos otros. Relata cómo vivía la vida un niño tímido y curioso, que siempre está atento a los detalles y que está en un rincón observándolo todo”, especifica el autor, que reconoce que fue la también escritora Susi Alvarado quien, después de tres años de ‘asedio’, logró llevarlo al terreno de la edición. De momento no se plantea continuar escribiendo más libros, ni tan siquiera que éste primero tenga una segunda parte.
Chamali señala que antes, de joven, era más que un lector voraz uno “bulímico”, porque leía de todo y, en un momento dado, sin ningún criterio. “Yo leía lo mismo ciencia, filosofía, literatura que ensayo. Eso era no tener criterio”, explica ahora, al tiempo que recuerda que cuando la biblioteca pública estaba en el Obelisco, al lado de su casa, el bibliotecario pensaría que se llevaba los libros para calzar alguna mesa, porque los sacaba de tres en tres o cinco en una semana.
“Necesitaba leer mucho, porque si España era una autarquía, mi casa era una autarquía dentro de la autarquía, y cada libro que yo abría, era como si abriese una ventanita en un muro gris, entraba luz, me formaba y de alguna forma veía que había otro mundo que no fuera el de George Orwell en ‘1984’. Había otra vida”, explica.
Y así, cuando ya tenía 30 años, conformó una biblioteca de más de 4.000 libros, de los que tras varias mudanzas solo quedan algo más de 2.000, recuerda. Además, hubo fracasos, divorcios y momentos de penurias económicas que le llevaron a vender algunos libros de colección, tanto de finales del siglo XVIII como del XIX. “Tienes que decidir entre tener un libro muy bonito en la estantería del cual te desprendes llorando o poner un plato de comida en la mesa, y la prioridad es la prioridad, pero aprendes a priorizar.
Y recuerda que ya desde los antiguos griegos nadie ha logrado entender al ser humano, solo interpretarlo, “pero entenderlo, eso es ya otra palabra”, explica. “Cuando el ser humano depende de la fama efímera que te da un programa de televisión que dura dos temporadas y 40 minutos por programa, o cuando depende de que te asciendan a un puesto en el que tienes un nombre enorme pero un sueldo miserable, entonces pierde su esencia. La época humanista, en la que el ser humano tenía necesidad de aprender y de leer, de saber de todo un poco, ya pasó, y es una pena porque fue cuando mejor se desarrolló la humanidad”, concluye el autor.