La caída del ángel


Santiago Gil  //

Ni siquiera sé cómo caí. Seguía el rastro de un brillo y no me di cuenta de que el cielo se acababa. Bajé en picado y me posé en un suelo de ladrillos encarnados. Lo que pensaba que brillaba no era nada, alguna esquirla de vidrio o un charco que aún no se había secado.

Trataba de volar y me golpeaba contra las paredes. No había más de medio metro de ancho y la altura superaba los tres pisos. El cielo quedaba lejos. Otros se han ofuscado tratando de salir de donde es imposible sin una ayuda que nos permita extender nuevamente las alas. Primero llegó un perro y me estuvo oliendo.

Yo no me movía. Se echó a mi lado y comenzó a lamer las pequeñas heridas que me había hecho en el intento de querer volar. Luego llegó él y me miró largo rato. Notaba que tenía miedo, pero después empezó a hablarme con ternura. Me dijo que no me preocupara, que buscaría la manera de salvarme.

Era un hombre pequeño y poco musculoso. No hubiera podido conmigo. Al rato apareció otro hombre que sí era muy alto y tremendamente fuerte. Yo seguía quieto confiando en mi destino. No me quedaba más remedio que mantener la calma y la confianza en los milagros.

Me levantaron muy despacio, y el hombre pequeño logró subirme sobre la espalda del grande. El perro nos seguía mientras apechábamos a duras penas las escaleras. Me colocaron sobre el suelo de la azotea y me dijeron que ya podía volar de nuevo donde quisiera.

No podía hablarles, pero los dos entendieron que mis alas necesitaban extenderse en el aire. Jamás he volado desde abajo. El hombre más fuerte me sujetó como si fuera un pájaro y me lanzó hacia arriba con todas sus fuerzas. Solo miré para ellos cuando ya estaba muy lejos.

CICLOTIMIAS

No quería pasar de los dos renglones. Escribió el sujeto y el verbo y se acabó escondiendo para siempre en un anodino predicado.

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