Santiago Gil //
La recuerdo enseñándome las ecografías hace años, embarazada, tratando de vislumbrar la cara o los ojos del niño que esperaba. Ya sabía que era niño y también había elegido el nombre. Me hablaba de él como si ya estuviera correteando por las calles.
Cada cual tiene sus vivencias, sus grandezas y miserias, sus éxitos y fracasos, quizá desde que estamos nadando en ese limbo que es el líquido amniótico, escuchando voces lejanas que no conocemos, músicas extrañas, ladridos, y los primeros silencios de la madrugada.
A esa amiga me la encontraba cada cierto tiempo. Recuerdo el día en que me volvió a parar en la calle para enseñarme el dibujo que le había hecho su hijo. Ya tenía cuatro años y ni siquiera cuando se miraba al espejo se veía con la claridad con que la había visto aquel niño pequeño. La había trazado sonriente, con rayones en el pelo que pretendían asemejarse a sus rizos indomables y con el color rojo con el que siempre le ha gustado vestir.
Ella dice siempre que como buena Aries se siente segura cuando viste de rojo, como si frenara toda la maledicencia, así la recuerdo en casi todos los encuentros, con una bufanda o un fular rojo, o con una camisadel color que tienen algunos atardeceres. Su hijo con cuatro años dibujó la curvatura de una sonrisa, un cuerpo con un par de palotes mal trazados y ese rojo intenso que también aparece siempre en sus labios.
Me contó que iba a colgar ese retrato en un lugar destacado de su casa. Se acababa de divorciar. Yo la conocí cuando era novia de aquel hombre con el que parecía que iba estar toda la vida, pero luego cada cual ha seguido su camino. Luego me fui a vivir a una ciudad lejana y le perdí la pista durante muchos años. Hoy vino a verme un joven que estaba estudiando Periodismo.
Venía de parte de su madre. Me dijo el nombre y sobre la marcha recordé a aquella mujer embarazada nombrando el sueño que llevaba en sus entrañas. Tenía sus mismos ojos y llevaba un pulóver de color rojo.
Comprobé disimuladamente en su currículum que no era Aries, por lo que deduje que ese color tendría mucho que ver con la influencia de su madre. Quería ser periodista y luego me comentó, como quien cuenta una confidencia, que era poeta. Yo estuve a punto de decirle que casi todos los poetas adolescentes terminamos siendo periodistas.
Me contó las razones por las que había elegido la carrera a pesar de que todo el mundo le hablaba de la crisis de la prensa y de las pocas salidas que iba a encontrar cuando terminara. Su madre sí le apoyó en todo momento. Le dijo que viniera a hablar conmigo.
Le hablé de aquel dibujo que la madre tendría en el salón de su casa, de los cuatro trazos para contar lo que vemos. Él sonrió y yo le di las gracias por perseguir su sueño, aquel sueño que una vez me contó su madre mirando una ecografía en blanco y negro.
CICLOTIMIAS
Los años también son sombras que se pierden en el tiempo.