La fiesta


Por Santiago Gil //

La fiesta era poder salir a la calle, contemplar una puesta de sol, sentir el viento en tu cara, poder ver a quien añorabas, y también bañarte en la playa o sentarte en una terraza a mirar cómo pasa la gente;  pero, de repente, parece que lo único que importa son las otras fiestas, todos esos bailongos multitudinarios en los que algunos creen que van a encontrar el elixir de la gloria eterna.

Y sí, claro que fuimos dichosos y que brillamos en muchas de esas fiestas de verano, pero no era eso lo que deseábamos a finales de marzo de 2020, ayer mismo, aunque muchos crean que sucedió hace décadas, y es que entonces, recuerda, solo queríamos seguir vivos y poder salir a la calle, y salimos, y nos pidieron que cumpliéramos unas mínimas normas de protección para que el virus no volviera a descalabrar nuestra existencia; pero de nuevo, aunque nos parezca mentira, hay quienes se comportan como arrogantes prepotentes que se creen por encima de los otros seres vivos, y por encima de ese planeta al que volvemos a maltratar sin darnos cuenta de que ese maltrato nos lo estamos infligiendo a nosotros mismos, y vuelven a quebrantar todas las recomendaciones, y a olvidarse del sentido común y del instinto de supervivencia para ir de fiesta,  porque ellos dicen que no pasa nada, que son inmunes, ellos, que hace solo unas semanas no sabían qué hacer entre las cuatro paredes de sus casas, y ahora salen por todos lados añorando la juerga, maldiciendo al destino porque no pueden seguir de farra, y da lo mismo que el personal sanitario siga saturado, olvidado, sin aquellos aplausos que no sirvieron para nada, o que solo sirvieron para asomarse a la calle unos minutos cada día, sí, a aquella calle silenciosa, llena de militares y de policías, a la calle que vio pasar tantos cadáveres, a esa misma calle que hoy toman por asalto como bárbaros verbeneros que encima insultan si les pides que se acuerden de todo ese pasado y que tengan en cuenta que el virus no se ha ido y que no se irá en mucho tiempo, que todo está casi igual que entonces, o que está peor, con más gente sin trabajo y sin recursos económicos, con más incertidumbre y con mucho más miedo.

Solo les preocupa la fiesta, ah, la fiesta, no les preocupa la salud o que nos curemos, y esto es lo que hay, una triste infantilización de buena parte de la sociedad, una pueril manera de entender la existencia, un sálvese quien pueda que solo quiero divertirme como si fuera un icono de un videojuego, un fotograma etéreo de cualquier serie, alguien inmune a los virus y a la muerte, porque durante mucho tiempo solo se se les dijo que se divirtieran y que consumieran, que no pensaran, que no leyeran, que no tuvieran criterio, porque para muchos, no lo olvidemos si estamos encerrados de nuevo en poco tiempo, vale más la fiesta y la alegría mendaz de estar gritando hasta las tantas que la vida, porque alguien les dijo una vez que los que enferman son los otros, y los que mueren, y los que sufren, y quizá ya va siendo hora de que se les recuerde que los otros son también sus padres, sus abuelos y ellos mismos, sí, ustedes son también los otros aunque no se miren nunca en los espejos, ni en los ojos de quienes acabarán muriendo por sus negligencias. 

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