La historia


Santiago Gil //

Conocemos lo que sucedió entre el Tigris y el Éufrates hace miles de años, sabemos el nombre de los faraones egipcios, somos capaces de trazar en los mapas los recorridos de Alejandro Magno, las travesías de Cristóbal Colón o las fronteras que fue atravesando Marco Polo. Podemos nombrar los escenarios de la revolución francesa y casi podríamos decir que, entre los libros y las películas, nosotros formamos parte de las expediciones que conquistaron el Oeste norteamericano.

Somos la historia que nos enseñaron y gracias a ella aprendemos a interpretarnos y a saber de dónde venimos, aunque casi siempre olvidamos que procedemos de un mono loco que tuvo la ocurrencia de ponerse de pie ante las muecas burlonas de los otros monos que quisieron quedarse caminando a cuatro patas.

De esos pasos, que parecen alocados, fuimos llegando a lo que somos, cuando alguien descubrió el fuego, la música, la palabra o se atrevió a surcar las aguas atando dos maderas o improvisando velas que luego nos fueron entremezclando con los vientos del azar y del tiempo.

Pero luego hay otra historia que no conocemos. Muy cerca de donde vivo se celebran varias bodas cada sábado.

Cuando paseo con el perro o voy de camino a alguna parte veo llegar coches modernos o clásicos engalanados, calesas, mariachis, sopranos, tunas, personas cargadas de flores o de paquetes de arroz que luego se comen las palomas, hombres y mujeres vestidos con trajes de noche a las cinco de la tarde, niños que corren con corbata de pajarita, niñas con tirabuzones y adolescentes que estrenan sus primeros trajes largos.

Últimamente todos se sacan fotos con el móvil, se retratan a sí mismos o a los novios cuando llegan en los coches o cuando salen de la iglesia. Hay bodas horteras, clásicas, elegantes, temáticas; pero en todas ellas se repite casi siempre la misma foto. Es mentira que las bodas no estén de moda, o por lo menos en esa plaza por la que paso a diario no se han enterado las palomas que han dejado de casarse los humanos que siguen soñando con el amor eterno. Y de esas bodas vienen estas palabras.

El otro día me puse a pensar en cómo tuvieron que ser las bodas de mis más lejanos antepasados. No hay fotos ni nadie me ha contado nunca nada, pero alguna vez en una plaza parecida, en una iglesia perdida en alguna ciudad lejana o en una ermita de esas que se asoman solitarias en una montaña hubo hombres y mujeres que soñaron una felicidad parecida de la que no tenemos más noticias que el fondo de nuestros ojos cuando nos miramos en los espejos.

En esos reflejos, en esa mirada profunda que nos observa desde otro lado, están todos ellos, todos los que fueron escribiendo nuestra propia historia, los que se enamoraron cuando los faraones levantaban pirámides o cuando Alejandro Magno guiaba a sus tropas camino de Éfeso o de Persia.

Ciclotimias

En los papeles arrugados se quiebran las palabras más frágiles.

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