Por Míchel Jorge Millares //
“Yo amo a mi puerto, en donde cien raros pabellones
desdoblan en el aire sus insignias navieras,
y se juntan las parlas de todas las naciones
con la policromía de todas las banderas”
2021 es el año en que finalizó el centenario del fallecimiento del escritor Benito Pérez Galdós (1843-1920) a los 76 años. Una conmemoración que ha dejado en la memoria de todo el país la gran obra de un escritor que nos hizo recorrer España, a través de sus hitos históricos y sus lugares emblemáticos, gracias a sus Episodios Nacionales y al conjunto de su obra literaria. Este recuerdo a Don Benito da paso a la celebración de otro centenario, el del poeta Tomás Morales Castellano (1884-1921). Un año para recordar al autor de exquisitos y melódicos poemas de rotundidad sinfónica, tono e intensidad muy personales, que nos conducen hacia una conciencia moderna y atemporal, apelando a las tradiciones y su inspiración en el paisaje isleño como resultado de una naturaleza única de volcán petrificado y sonoridad marina.
Sus versos se inspiran en un entorno y una época de la que es testigo para despertar la conciencia y la modernidad de la sociedad, vista desde la mentalidad juvenil de un autor, que fallece con apenas 37 años, cuya obra es relevante en la literatura española del siglo XX y en estas primeras décadas del XXI es notable el número de reediciones.
Para el visitante, un siglo después de la aparición de los textos de Tomás Morales, este nombre le indicará la existencia de un museo en la casa natal de la Villa de Moya, el Centro de Estudios Modernistas e Investigación. Junto a la iglesia, el edificio muestra la belleza y sobriedad de las construcciones canarias, con su cantería y maderas, en un rincón apacible que vive un ambiente rural y cultural singular. Un espacio para mostrar la documentación y biblioteca del escritor, junto a las aportaciones obtenidas relacionadas con el poeta y con el modernismo literario, con publicaciones especializadas, la Beca de Investigación, el Premio Internacional de Poesía Tomás Morales, la Revista de Estudios Modernistas Moralia, colecciones Tomás Morales y Memoria Viva, seminarios, cursos y exposiciones.
El modernismo en Gran Canaria tiene grandes autores en la literatura y la pintura. Y en el turismo también. Su desarrollo coincide con el auge del turismo de salud en la isla, los grandes hoteles, los balnearios, los trasatlánticos británicos de Yeoward, Union y Castle. Con una importante actividad agrícola exportadora con Reino Unido, que da lugar a la formación en el Támesis de los muelles del Canary Wharf. Los británicos sabían que durante el contaminado invierno londinense recibían frutas y verduras de un lugar paradisíaco, una isla donde disponían de un club, iglesia, camposanto, golf, footbal o tennis… Es la construcción y éxito del Puerto de Refugio de La Luz, en medio de la expansión colonial británica, lo que promueve la transformación profunda de la isla, un progreso que se traslada a la literatura, y la contagia de esa contradicción entre los bienes materiales que aporta la economía de servicios y los bienes espirituales de un pasado que se pierde, tanto en el espacio urbano como los paisajes naturales y culturales, producidos por la acción humana sobre el territorio.
“Todo aquí es extranjero: las celosas
gentes que van tras el negocio cuerdo,
las tiendas de los indios, prodigiosas,
y el Bank of British, de especial recuerdo…”
Otro gran escritor modernista, Alonso Quesada, describió a los turistas enfermos o con una moralidad radicalmente distinta a la implantada por la iglesia española: “La sueca se descubre ante el mar y la brisa marina la besó candente”, y los ingleses en la colonia. Amigo personal de Morales, Quesada forma parte del ‘movimiento’ literario, junto a los poetas Saulo Torón y Domingo Rivero, los hermanos Millares Cubas, el escritor Luis Doreste Silva -colaborador del político Fernando de León y Castillo-, Claudio de la Torre y el periodista y escritor Francisco González Díaz (‘Cultura y Turismo’, la revista ‘Canarias Turista’). Sin olvidar a Domingo Doreste, artífice de la marca turística isleña e impulsor de la escuela de arte Luján Pérez y al pintor Néstor Martín-Fernández de la Torre, artista profético para el desarrollo del turismo en las Islas Canarias.
Pero Morales no recurre a la temática histórica del complejo del colonizado, la tragedia de los descendientes del trauma de la conquista, que se apoderó de la literatura e historiografía canaria del siglo XIX. Por el contrario, el poeta se centra en la búsqueda del origen, a través de sus símbolos: el hombre, la nave y el mar: poesía, imaginación y las alegorías del paisaje:
“Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño
oculta entre las sombras de lo desconocido…”
Además de esa visión cosmopolita de un puerto internacional, en una ciudad que se despereza ante el mundo, Morales no olvida sus orígenes en un ambiente rural, junto a uno de los más sorprendentes parajes de la isla, el bosque de tilos y laureles que se mantenía en esa menguante selva de Doramas, de laurisilva prehistórica, amenazada por la deforestación:
“Y hay un grave silencio meditabundo, inmenso,
y es tan grande la duda y el temor tan intenso
que callan, espantados, hojas, lares y fuentes
para escuchar medrosos… y oyen, intermitentes,
en el dolor tremendo, los redobles del hacha,…”
Aunque nuestro autor, anticipándose a los movimientos de defensa de la naturaleza surgidos a mediados del siglo XX, dejó un mensaje de esperanza para las generaciones futuras, con esa resuelta defensa de la naturaleza, el paisaje, las tradiciones y el incipiente turismo:
“Mientras tanto, en el seno de la selva sombría,
tu cuerpo mutilado flagelará la fría
caricia del invierno… Pero el tronco marchito
volverá a fecundarse con el calor bendito,
y, activamente henchido de vitales renuevos,
cubrirá sus arrugas con los retoños nuevos,…”
De estos autores y artistas surgirá un concepto y un modelo de turismo que obtuvo un enorme éxito y que se prolongó durante décadas, hasta que la falta de renovación y de implicación institucional dejó en manos de unos pocos el desarrollo turístico que afecta a toda la comunidad insular, con sus esperanzas y sentimientos respecto al entorno y a la vida cotidiana, ahora irreconocible respecto a la etapa de aquellos visionarios modernistas.