La vieja escuela


Santiago Gil  //

 

Hacía más de treinta años que no regresaba, aunque es verdad que había vuelto muchas veces con el pensamiento, quizá más de las que pensaba. 

 

Vio abierta la puerta y se adentró sin permiso, un sábado por la mañana, cuando sabía que no había clases. Estaban pintando un pasillo y los pintores que la vieron pasar debieron pensar que era una maestra que venía a buscar algo que se le había olvidado el día anterior. Nadie le dijo nada. 

 

En todos estos años regresaba a su casa en diciembre, pero el colegio siempre estaba cerrado. Lo vio cambiar de color varias veces, pero siempre desde fuera, imaginando que por dentro seguiría siendo como ella lo mantenía en su memoria.

No es una mujer de nostalgias ni de vueltas al pasado buscando mejores tiempos. Vive en un país lejano e imparte clases de literatura española en la universidad. Ese colegio fue el principio, pero siempre recuerda que no le gustaba ir a clase, y no por los profesores o las compañeras, lo que no le gustaba era perder la libertad de la calle y los juegos.

 

Tampoco le gustaban los deberes para casa, ni tener que asomarse a todo aquel paraíso desde la ventana, mirando de lejos los escenarios de todos sus juegos. Sin embargo, ahora se da cuenta de que ese espacio era también su paraíso. Ha cambiado mucho. 

 

Las pizarras son electrónicas, las sillas y las mesas están colocadas de otra manera y ya no son de aquel color verde, casi carcelario, de su infancia. Ahora hay muchos colores y se nota que todo es más relajado, se ve en las fotos que están pegadas en los paneles y en los propios dibujos de las alumnas. Se acerca a su clase y se asoma a aquella ventana desde la que, cuando era niña, se veía una montaña que cambiaba de color a medida que  avanzaban las horas. 

 

Ahora solo se vislumbran edificios y una carretera nueva por la que no dejan de circular vehículos, pero ella no ve esos edificios ni escucha el ruido lejano del tráfico. Sin darse cuenta, comienza a escuchar las voces de sus profesoras, descubre las caras de aquellas amigas a las que no ve desde hace décadas y es capaz de recrear hasta el último detalle de la portada del libro de Ciencias Naturales. 

 

También descubre que nunca ha salido de la clase, que solo fue estudiando otras asignaturas en otros lugares hasta ser ella misma la profesora que enseña, la que se coloca delante de quienes aún no saben todo lo que les irá cambiando la vida con los años. Esboza una media sonrisa y se siente feliz por ese regreso. 

 

Sabe que hay muchas ausencias, profesoras y compañeras que ya no están en este mundo, pero no le importa. Ella las ha reconocido a todas, y también se ha vuelto a reconocer a sí misma después de mucho tiempo. Sale despacio del colegio y se despide de quienes siguen pintando ensimismados. Camino de su casa casi siente el peso lejano de la mochila  de su infancia en su espalda.

 

CICLOTIMIAS

 

Los restos de las tizas de colores nunca se borran del todo en el recuerdo.

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