Santiago Gil //
Todo amor que comienza es un amor eterno. Si no fuera así no seguiría moviendo al mundo como lo mueve. Cuando nos enamoramos todo cambia a nuestro alrededor, miramos con otros ojos lo que antes resultaba insulso y no pasamos de largo ante ningún paisaje. Uno no sabe cuántas veces se enamorará en su vida, ni por cuánto tiempo, ni qué nombres serán los que acabarán marcando su paso por este planeta.
Esa eternidad de la que hablaba al principio es el sueño de todos los enamorados desde que el mundo es mundo y desde que se revolucionan las hormonas del alma. A veces, alguno de esos amores dura una vida entera, pero de esa eternidad que todos soñamos no tendremos nunca ninguna certeza.
Uno se puede enamorar de alguien que ve pasar por la calle sin conocer siquiera el nombre. Dante por lo menos, cuando se cruzó con Beatriz junto al puente Vecchio de Florencia, averiguó cómo se llamaba para luego escribirle poemas cada día aunque jamás volviera a verla. Conozco otra gente, que viviendo diez o quince años en pareja, no llega a sentir ni la mitad de amor que sintió Dante en un par de minutos.
Tampoco escriben poemas, aunque lo de escribir versos siempre es una opción como otra cualquiera. Algunos silban por la calle, o hablan solos por las aceras, o creen reconocer señales casi divinas por donde pasan. El amor es lo más bello de esta existencia, y al mismo tiempo lo que menos depende muchas veces de nuestro esfuerzo. Hay un azar que dispara Cupido que nunca sabes dónde te lleva.
También hay amores que van pasando como aquellos que cantaba Mari Trini en los setenta, y otros, como los de Julián Sorel en el Rojo y Negro de Stendhal que solo se conciben desde un romanticismo que solo cabe en los libros, los mismos libros que vieron morir de amor al joven Werther o a Romeo y Julieta, aunque en este último caso Shakespeare escribió para que lo viéramos en el teatro, que es como un gran espejo en el que nos acabamos viendo nosotros mismos en otros papeles. Lo normal es que amemos muchas veces a lo largo de nuestra vida.
Recuerdo siempre la segunda parte de La invasión de los bárbaros, cuando el protagonista, sabiendo que tiene un cáncer incurable, cita a todos los amores de su vida en un mismo espacio para agradecerles el tiempo compartido.
A veces solo reaccionamos cuando nos damos cuenta de que algo se acaba. Por eso quizá no agradecemos a diario todo aquello que nos regala la existencia. Uno queda siempre en la persona amada, y ese amor se lleva también mucho de lo que fuimos y de lo que tenemos. Si cierro los ojos recuerdo lo feliz que fui con cada una de ellas, desde el primer amor adolescente hasta el último amor que ha caminado conmigo por esas calles de la vida que nunca sabes a dónde te acabarán llevando. Pero lo que sí aprendí hace mucho tiempo es que aquí solo venimos a amar y a ser amados.
Ciclotimias
Todos los amores se conciben bellos para salvarse.