Los amigos del tiempo


Santiago Gil //

Nunca sabes si vas a tener tiempo. Ni siquiera podemos controlar el segundo siguiente. Por eso nunca podemos demorar los sueños. Pueden cumplirse o no cumplirse, pero lo que no pueden es dejar de buscarse, apartarlos en el camino como si fueran un exceso de equipaje o un compromiso demasiado pesaroso para seguir caminando. Lo que sí es pesaroso es el arrepentimiento. Jamás el fracaso.

No hay fracaso cuando uno intenta hasta sus últimas fuerzas la consecución de un sueño.

El otro día mi madre me llamó por teléfono para que fuera a ver al Monopol la película que recrea la amistad entre Emile Zola y Paul Cézzane. Mi madre jamás falla a su cita con el cine el domingo por la tarde desde hace muchas décadas y cuando me llama para que vea una película me suelo fiar de su criterio.

No se equivocó. Al margen de la calidad cinematográfica, de la intensidad de esa luz de Aix Provence que reconocemos en tantos cuadros de los dos últimos siglos o de las memorables interpretaciones de los protagonistas, la película es casi un manual para cualquiera que quiera dedicarse al arte y necesite entender los maniqueos y azarosos destinos del éxito o el fracaso.

Desde adolescentes, Emile y Paul son dos buscadores de sueños, pero esos sueños los determina luego el tiempo y la insistencia, y en muchos casos solo se ven refrendados cuando los artistas mueren.

Del artista depende el esfuerzo y el compromiso con lo que está haciendo. En la película es Paul Cézzane el que sufre el rechazo de su tiempo, y los dos, como todos los que estamos vivos, también buscan el amor que les ayude a transitar por esta existencia sabiéndose eternos de vez en cuando. Y luego está la amistad, el orgullo, las traiciones, y ese tiempo que pensamos que es eterno cuando vamos a mostrar nuestros afectos, a pedir disculpas o a perseguir esas metas de las que hablaba al principio.

No hay peor condena que no haberle dicho a alguien lo que sentimos, que no pedir una disculpa o que no extender la mano cuando aún estábamos a tiempo. Esa persona puede desaparecer para siempre de la noche a la mañana, y entonces nuestro abrazo se volverá hielo y cada una de esas palabras que no dijimos terminará por martillear nuestra conciencia. La felicidad está casi siempre en lo pequeño, en los gestos cotidianos que no creemos trascendentes, en decirle te quiero y abrazar cuantas más veces mejor a quienes queremos.

Solo así nos quedará el consuelo de que dimos lo mejor que teníamos y de que expresamos todos nuestros buenos sentimientos. También sucede lo mismo en la búsqueda de los sueños, sobre todo en el arte. Lo de menos es el éxito o el fracaso, lo que cuenta es el compromiso individual, el camino recorrido, la búsqueda incesante más allá del papel o del lienzo, lo que uno vive, pinta o escribe intensamente.

CICLOTIMIAS

Muchas veces las cadenas no son más que un reflejo de los miedos.

 

 

 

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