Los procesos


Santiago Gil

Ahora que se va noviembre y que ya se asoman los fastos navideños, uno tiene que ir a buscar al niño que fue hace años para transitar por encima de las ausencias que va dejando el tiempo. Miramos el brillo de los ojos de los niños y tratamos de reconocernos en ellos, porque siempre somos aquel ser que hacía preguntas, que no entendía muchas veces, pero que miraba hacia delante confiando ciegamente en la vida y en la magia de reyes lejanos.

Estos días he estado leyendo un libro fascinante que recomiendo vivamente. Lo escribió Elias Canetti y se titula El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice. Está publicado en Nórdica Libros y cuenta con una excelente traducción de Carlos Fortea. En ese libro Canetti se adentra en la vida de Kafka, en su miedo a los compromisos que le ataran para siempre, en sus dudas existenciales y familiares, en la vulnerabilidad de su cuerpo y en esa mirada hacia dentro del escritor checo. Kafka fue siempre su propio argumento, y leyendo sus cartas comprendes luego el origen y la mirada siempre lejana de sus novelas. Cada día admiro un poco más a Kafka. Pasan los años, releo, descubro escritos nuevos y siempre me emociona y me conmueve de una manera distinta, sumando cada día una admiración nueva, descubriendo en medio de cualquier frase un pozo insondable de sabiduría y belleza. Solo soñaba con escribir a todas horas y con encerrarse, como Gregor Samsa, lejos del mundo y cerca de todos los argumentos que le ayudaran a salir de esta vida y a volar todo lo lejos que llegaran las palabras. Canetti, que tanto se parece a Kafka, disecciona al escritor como si fuera el propio insecto que un día convirtió en personaje, al mismo tiempo que se adentra en su propia existencia y en esa insistencia por escribir cada día que solo se concibe cuando hay una búsqueda en un horizonte que se sabe siempre interminable. Leer es un viaje hacia lo eterno, un camino de ida y vuelta que se acerca a la bruma que esconde el misterio y que luego, de repente, nos devuelve a la orilla del tiempo que vivimos con la misma sensación de estar habitando un sueño. Volver a Kafka, y además hacerlo a través de ese estudio personal y subjetivo de Elias Canetti, es como atravesar un océano que nos conduce a un continente aun por descubrir, a esos mundos nuevos que solo existen cuando se escribe o se lee en silencio, lejos del ruido y de la confusión de estos días tan atrabiliarios como todos los días que se han vivido siempre cuando se deja que la confusión y la mediocridad reinen por encima del sentido común y la sapiencia.  Las cartas de Kafka nos enseñan a descubrirnos como personajes que jamás terminan de conocer el juego, por eso todos sus escritos son eternos, porque están construidos con su propia materia carnal y con esa adrenalina de quien salta al vacío buscando, una y otra vez, alguna respuesta.

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