Manolo González


Santiago Gil

Nos queda la belleza. En medio de los exaltados y de los altaneros, de los falsos abanderados de ideales, delante de los que se empeñan en sembrar fealdad haciéndonos creer que es lo que se lleva, más allá de todo el caos y de este infantilismo que vivimos, alejada de los inquisidores y de las inquisidoras que no hacen otra cosa que imponer sus postulados con miedos y con amenazas, nos queda esa belleza, y menos mal que se mantiene, de lo que casi nunca es importante, pero que al final es lo que salva una mañana o una vida entera, o un rato de una vida que no pase de largo y que no se convierta en un ejercicio rutinario de vivir por vivir sin saber que se está viviendo.

Estos días he asistido a una exposición de alguien que hace años consagró su existencia a esa belleza de la que les vengo hablando. El escultor Manolo González expone en la Galería Saro León de Las Palmas de Gran Canaria el Nacimiento de Venus. Manolo y la sala de la calle Villavicencio celebran treinta años, Manolo esculpiendo y rebuscando en muchos materiales, y Saro León resistiendo con una galería de arte en medio de una ciudad que le debe muchos momentos grandiosos y el descubrimiento de creadores que también han vivido esa travesía del desierto que han sido estos últimos años para todos aquellos que siguen creyendo en que la cultura es realmente importante para cambiar los ánimos y las almas de la gente. Esa cultura también nos vale para silenciar a los que nos quieren imponer el pensamiento único o la fealdad como estrategia.

Manolo se acerca a la figura femenina recurriendo al mito clásico del nacimiento de Venus. Sus airosas figuras, siempre elevadas, siempre buscando vencer a la gravedad y al peso, se requiebran en la sala y nos llevan con sus escorzos hacia esa otra ventana a la que se asoma lo que aspira a dejar huella y a no pasar de largo entre la gente. Ovidio escribía que la belleza era frágil, y así son las figuras que entre las mallas de metal vislumbramos en la creación del escultor grancanario. Así la encontramos estos días al entrar en El Museo Canario o la reconocemos en los espacios de ese oasis de arte, hospedaje y gastronomía que es el hotel Suite 1478.

La obra más reciente de Manolo González busca lo esencial, lo sencillo, se aleja de lo recargado, y se centra en el movimiento y en la grandeza que pueda transmitir una obra de arte. Él sabe que todo es frágil, la vida humana y la escultura que queda cuando se detengan las manos del artista. Pero hay algo que palpita en medio de la materia, lo que nos hace revivir y nos conmueve en un museo o en una galería de arte, todo eso que deja Manolo González en el Nacimiento de Venus, los inexplicables caminos que conducen a la belleza, ese pilar que muchos queremos que sostenga el templo de la vida que nos queda.

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