Meterse en charcos


Por Míchel Jorge Millares //

Las islas son reconocidas en el mundo como un destino de éxito de sol y playa (sun & sand). No hay mayores ni mejores piscinas naturales que las extraordinarias playas -principalmente en la vertiente sur-en las Islas Canarias. Las hay de dunas, de viento, urbanas, más o menos turísticas. Pero también hay pequeñas calas, charcones, arrecifes, peñas, muelles, bufaderos, jameos… lugares que se convierten en parte de la vida social, en especial en nuestras islas. Son el interfaz entre la tierra volcánica y el Atlántico, donde la naturaleza nos ofrece caprichos hermosos y tentadores. Nuestro paisaje natural e histórico, nuestro parque temático, de juegos, fiestas (La Aldea) y también tragedias.

Su uso antrópico se remonta a los primeros pobladores de las islas, extrayendo de ahí sus alimentos y tras la conquista la explotación de los productos (la sal, la barrilla). Y, más recientemente, como lugar de juegos y de baños. De ahí que sean numerosos los puntos de nuestro litoral donde con algo de cemento y unas piedras o unas escalas se han creado ‘piscinas naturales’ que son muy del agrado de la población de la zona y, cada vez más, de canarios y canarias de distintos lugares porque no sólo es espectacular la vista de una playa. Los charcones y las piscinas ‘naturales’ son también hermosos escaparates de un territorio considerado el Jardín de las Hespérides.

Así, tenemos intervenciones más o menos afortunadas: Salinas de Agaete, Castillo del Romeral, Bañaderos, El Agujero, Roque Prieto (Gran Canaria); Punta del Hidalgo, Charco del Viento o Ten Bel (Tenerife); La Maceta, Charco Azul, Los Sargos, Tacorón o el Pozo de las Calcosas (El Hierro); Charco Azul o La Fajana (La Palma); Hermigua o el Charco del Conde (La Gomera); Aguas Verdes o Puertito de Lobos (Fuerteventura); Punta Mujeres o Los Charcones (Lanzarote). ¿Quién no las conoce? Y otras muchas que existen pero que sólo acuden quienes se arriesgan al juego incierto del mar y sus peligros. Y en aras de ‘aprovechar’ la costa… ¿Cuántas intervenciones desafortunadas se han realizado llenando de hormigón el litoral para disfrute de unos pocos que ocuparon el dominio público…?

Pues este tema se ha convertido en objeto de estudio riguroso y detallado por parte del arquitecto Alberto Luengo, el coautor junto a Cipriano Marín del libro ‘El Jardín de la sal’ (Unesco, 1994), con un prólogo de César Manrique (también autor del logo del proyecto) en el que afirma: “La cultura, el turismo, el paisaje, la ecología y el rendimiento práctico se unen para evitar que se pierdan las salinas y para que todos podamos disfrutar de una actividad casi desaparecida, pero que en otro tiempo fue muy importante, cuando el hielo no existía”.

Y, ahora, el Gobierno de Canarias aprovecha un nuevo trabajo de Alberto Luengo titulado ‘Charcos de marea de Canarias’ para volver a mirar hacia nuestra costa más desatendida o, incluso, machacada. Y plantea la Consejería de Turismo actuar en 117 charcos para potenciar su atractivo natural. Y aquí surge la bronca: “Los charcos no se tocan” “No a la turistificación de los charcos”. Y nos olvidamos de la realidad para desahogarnos contra un enemigo común: turismofobia.

Comparto el criterio de Alberto Luengo de que el proyecto es técnicamente correcto pero puede estar desenfocado y de ahí la furibunda reacción. Asimismo, señala que en algunos casos son intervenciones necesarias, en otros totalmente desacertadas. Y en otros no se debería ni intervenir. O incluso habría que intervenir en gran parte de los charcos ya construidos, pero mal construidos. Una pena, un desastre.

Pero… ¿A qué viene a culpar al turismo de este problema? ¿Acaso el turismo de masas va a dejar sus hamacas en el todo incluido para perder su tiempo recorriendo barrios perdidos y senderos de trekking para un baño? Los charcos de Canarias no son la alternativa a las playas de arena, sino una moda local cada vez más presente en las redes sociales, que podrían interesar a un tipo de turista muy específico (¡ojalá!). Pero claro, basta decir turismo para que un plan que puede contagiar a nuestra población del respeto al medio y hacer más seguros esos enclaves, se convierta en una amenaza para la fauna y flora de estos espacios. ¿Pero no estamos hablando de las mismas charcas o ‘piscinas’ que llevamos décadas usando?

Gracias a esta polémica sabemos que en Canarias hay 492 charcos catalogados, incluidos en la red oficial de charcos de marea, y repartidos por todo el litoral, sin embargo, una gran mayoría no son recomendables ni para turistas ni para isleños, por motivos como la inseguridad frente al mar y un acceso peatonal y en coche complejo, si no imposible.

Por ello, el Gobierno de Canarias trabaja en un proyecto que pretende actuar en los 117 charcos que considera que tienen interés turístico aunque yo le llamaría de uso social, y sobre los que llevará a cabo un proyecto de actuación individual para potenciar su valor como atractivo natural. Las actuaciones previstas se limitan a mejorar la accesibilidad, señalización y basuras, que respeten el medio ambiente y las normativas vigentes de urbanización y costas, mediante una inversión de 30 millones de euros para intervenciones «de bajo impacto y reversibles», que podrían comenzar en 2023, y que se consensuarán con la Consejería de Transición Ecológica.

Una realidad que se quiere mejorar, porque los charcos ya se venían utilizando y desde hace unos años se promocionan entre isleños en las redes sociales. Y nadie se preocupaba del riesgo, de la suciedad, de la masificación…

Por ello, aparece en escena de nuevo el jinete apocalíptico de «turistificar». Porque para algunos/as, el turismo es la gran pandemia del siglo XXI, aunque en este caso los turistas sean los propios canarios. Porque así es y así ha sido desde hace décadas. Salvo algunas excepciones como Punta Mujeres en Lanzarote. Porque el paisanaje habitual de estas piscinas somos nosotros y nosotras. Pero claro, como lo ha dicho la Consejería de Turismo, el desastre está servido porque pone «en riesgo» y «en manos del turismo de masas» sus frágiles ecosistemas, muchos de ellos mantenidos «en secreto» hasta el momento. Las hordas de turistas van a invadir los riscos y acantilados y supongo que expulsarán a los nativos que hasta ahora venían disfrutando de sus baños sin alterar los ecosistemas.

Porque está claro que no se va a actuar sobre charcos inaccesibles y ‘vírgenes’ de contaminación humana. Se va a dignificar y mejorar aquellas zonas de baño que ya son ‘patrimonio’ de nuestra sociedad, de nuestros turistas ‘del país’. Y ya era hora, incluso para quitar algún elemento que nunca debió construirse, o convertir algunos puntos en lugares de observación, prohibidos al baño.

Y hay otro argumento de los anti turistas de charco contra el usuario local, ya que cuando un charco se pone de moda a través de las redes sociales al final acaba llenándose de basura, que curiosamente es una de las cuestiones que se pretende solucionar: facilitar la recogida de basura por los propios usuarios (si se brindan a no seguir convirtiendo todo en basureros).

Frente a esta iniciativa que ha levantado tanta oposición, se recogen firmas y se pide al Gobierno que lleve a cabo acciones de conservación para proteger la fauna y flora de los charcos. Claro, en los 117 accesibles y los 380 menos accesibles. Y resulta que eso es lo que inspira la obra de Alberto Luengo.

Está claro que la simple presencia de personas ya perturba el ecosistema de los charcos, muchos de ellos ubicados en zonas cercanas a acantilados donde anidan aves marinas. También supone una amenaza para moluscos, como lapas y burgados, para varias especies de cangrejos, esponjas, erizos, estrellas de mar, cangrejos y vacas de mar. Y así es, pero el culpable -hasta ahora- no ha sido el turista de sol y playa. No condenemos al inocente sin un juicio justo.

Y basta dos ejemplos. El cangrejo ciego de Los Jameos vive mejor que nunca, en uno de los principales centros turísticos de Lanzarote. Probablemente, si no hubiera intervenido César Manrique y sus colaboradores necesarios, hoy ese lugar estaría cubierto de escombros, como cuando lo empezaron a restaurar, sacando la montaña de basura que tiraban por el ‘ojo’ superior del jameo, con riesgo de acabar para siempre con esa especie de cangrejo. Y ya puestos, un espacio tan sorprendente, sin construcciones y turistificado como El Confital ¿Cuántos turistas extranjeros atrae?

Bajen el volumen y volvamos a plantear el asunto. No es un problema de turistificación, sino de gestión de nuestro territorio para todos y todas.

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