Entrevista con Nadia Jiménez: “Viajar revela que somos memoria de lo vivido”


  •  La escritora Nadia Jiménez presenta el día 4 de mayo, a las 18:30 horas, en La Biblioteca Insular de Gran Canaria, su primera obra ‘Dátiles por la vereda’

«En Beijing conocí a una guía que negaba los sucesos de Tiananmen, le eran ajenos. En cambio, en Venecia, por San Juan, descubres que la Luna tiene color de pomelo. Por eso estoy convencida de que un viaje es una promesa de mucho más, y un libro también», explica la autora Nadie Jiménez, que acaba de lanzar su primer libro escrito, ‘Dátiles por la vereda’.


¿Qué evoca el título de su primer libro, ‘Dátiles por la vereda’?

Evoca una vivencia. Hay un hecho, viajar revela que somos memoria de lo vivido y, precisamente por eso, fue a causa de unos dátiles que hice amigos en el camino, por la vereda. Fueron esos dátiles que compartí con tres desconocidos, en un mismo vagón de tren, con destino a la estación central de Varsovia, en Polonia, los que me inspiraron el título de este primer libro de relatos de viaje. 

Pero los que fueron y los que serán, porque al comenzar a escribir, me di cuenta de que los dátiles habían sido semilla de amistad en unos cuantos momentos compartidos con otros desconocidos. Y que a partir de ahí, dejaron de serlo. Pasaron a formar parte de mi memoria, de mis vivencias, de una historia que merecía la pena contar.


Aborda relatos cortos en narrativa novelada por 50 ciudades en cuatro continentes. Es usted una viajera incansable. 

Me encanta viajar. El viaje es, en sí mismo, un descubrimiento que da pie a un sinfín de historias, llenas de personajes con los que te cruzas, que te brindan momentos inesperados, como ocurre en ‘Dátiles por la vereda’. A veces, es solo una sonrisa, una mirada, una canción o el aroma de las especias en un mercado. El viento te trae siempre algo nuevo, aunque solo sea el sabor de un postre típico de otro lugar. 


Donde pone el ojo pone el corazón. Enumere tres destinos preferidos 

La verdad es que el último lugar que visitas es siempre el preferido. Nace en ti el deseo innato de querer volver. Pero, enseguida, comprendes que el favorito es el próximo a descubrir, aunque no sepas cuál es. Si tengo que escoger tres, uno sería sin duda Jerusalén… Es una ciudad siempre distinta según la hora del día. Otro destino sería cualquier rincón de Sicilia, porque siempre te esconde algún secreto. Y un tercero, la isla sagrada de Mijayima, en el Mar del Sur de Japón, donde nadie nace ni muere.


Las 50 historias de ‘Dátiles por la vereda’ abrigan personajes reales, conocidos por usted en cada uno de los viajes. ¿Sintió la tentación de crear vínculos o parentescos entre ellos o fue el resultado de una experiencia vital surgida al azar?

Cada personaje te ofrece algo más que una metáfora de la vida, porque son nuevos relatos aún por vivir. Son como los dátiles, verdaderas semillas de amistad, de algo más. De una conclusión clara: de que lo mejor está por llegar, aunque aún no sepas qué. Al final, son siempre esas anécdotas compartidas la que te devuelven la esencia del viaje, y las que te dan pie a contar una buena historia. Es como si uno de esos personajes pudiera revelarte el secreto de la vida.  


¿Un episodio tan trascendental como la restricción de la movilidad por la pandemia, cree que nos aboca a desarrollar una memoria angustiosa? 

En absoluto. Cuando hemos pasado un período de tiempo con la movilidad restringida, y ojear el mundo suponía un ejercicio de imaginación, se trataba, en verdad, de realizar un viaje a la inversa, mientras esperábamos poder emprender el siguiente. Hicimos un ejercicio en el que recorrimos los propios pasos, que nos trajeron de vuelta mucho más que los destinos de viaje ya conocidos. Después de todo, recordar es una manera de aceptar que un solo soplo de viento te lleva a donde quieras, y que hojear un libro es, sin duda, darle libertad al espíritu.


En su libro, escrito durante ese largo período, usted ha optado por un tono vitalista, positivo, esperanzador. ¿Ha sido premeditado o siente esa necesidad como discurso creativo frente a las eventualidades del destino?

Es algo innato. Es puro instinto de supervivencia. Creo que todos lo tenemos. Insisto, conocer es recordar. De modo que redescubres aquellos lugares donde un día ya estuviste, y vuelves a saborear esas vivencias que experimentaste. Es una apuesta intencionada por la felicidad. Se trata de dejar que la vida vuelva a sorprenderte.


Viajar es compartir. ¿Son esos los frutos de ‘Dátiles por la vereda’?

En efecto. Por ello incluso, en los agradecimientos, cito al amigo que nos regaló la bolsa de medio kilo de dátiles para aquel viaje en tren por Polonia. Con la certeza de que el afecto, a veces, nace en un fruto compartido de manera espontánea, que te depara un sentimiento que el destino te reservará para toda la vida. Sólo porque te recordará a ese alguien, acaba por convertirse en un viaje en sí mismo. 


En su libro, usted relata experiencias únicas, como un terremoto en Atenas, los riesgos de un ‘Candomblé’ brasileño, las peripecias para la ‘fumata’ blanca en el Vaticano, la mirada de Corto Maltés en el puerto de La Valleta, o el sobresalto por una hilera de camellos en el más cercano desierto del Sáhara.

No sólo viajar es una de las experiencias más enriquecedoras del ser humano, en la que basta con abrir bien los ojos, sino que se constata que nada empieza ni acaba en la misma vereda. Que después de todo, la vida está llena de historias. Por ejemplo, en Beijing conocí a una joven guía que negaba los sucesos de Tiananmen, le eran completamente ajenos. En cambio, en Venecia, por San Juan, descubres que la Luna tiene color de pomelo. Por eso estoy convencida de que un viaje es una promesa de mucho más, y un libro también. Solo hay que salir a su encuentro, al de ambos. 


La cubierta del libro es singular, al mostrar también un dátil en el pico de un pájaro. 

La cubierta me encanta. Es una obra original del pintor Fernando Álamo, Premio Canarias, quien supo plasmar el verdadero sentido del viaje en esa imagen tan sugerente. Porque si alguien viaja libremente son las aves. Y debo decir que según vi la obra, me sentí como ese pajarito. Además, fue capaz de resaltar el simbolismo del dátil como ese fruto compartido al que hice referencia, empleando incluso una técnica con cochinilla natural para otorgarle ese brillo tan sugerente. Con esa tonalidad tan cálida y particular, que lo hace resaltar en el centro de la imagen. 


Usted es hija del poeta Juan Jiménez, premio Can de Plata de las Artes del Cabildo de Gran Canaria encuadrado en el movimiento de Poesía Canaria Última. ¿Cree que la poética de su prosa narrativa, presente de manera inequívoca en sus relatos, tiene algo que ver con la genética?

A veces, esa vereda está ahí, esperando tus pisadas. Y otras, las dibujamos nosotros mismos ya en ruta, sin ser conscientes de ello. ¿Hasta qué punto el conocimiento y el recuerdo hacen frontera con esa genética? No lo sé con exactitud. En esa doble hélice del ADN, queda mucho aún por descubrir. Pero sin duda, la vida es un acto de valentía. Y son las palabras las que te salvan de la mundanidad. Si acaso, lo que se contrae es un enorme compromiso con la palabra, con su uso. Al final de la tierra, espero sembrar el futuro de más palabras, con la única certeza de que la vida es una invitación que pasa corriendo, donde nada empieza ni acaba en la misma vereda.

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