Una exposición sobre la obra del dibujante valenciano, Paco Roca titulada El Dibujante Itinerante ha permanecido abierta hasta hoy sábado en el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz como una actividad incluida en el programa del Salón del Cómic de Tenerife. El autor no pudo estar en la inauguración pero sí en la clausura de una muestra en la que se hace un repaso pormenorizado a todo su proceso creativo desde los primeros bocetos hasta el resultado final. El autor considera que se trata de la exhibición “más completa” sobre un trabajo que abarca varias décadas, temáticas y ha sido objeto de múltiples reconocimientos, incluido el premio Eisner, considerado el Óscar del cómic, en 2020 como mejor álbum internacional por La Casa.
Sobre la exposición dice que a través del material cedido ha sido posible que los espectadores recorrieran todas las fases del proceso creativo que concluye con un cómic, como son los bocetos, originales, apuntes… hasta que llega a las manos del lector. “Me parece muy interesante enseñar todo aquello que la gente no ve y está debajo de la punta del iceberg. Convierten estas muestras en más didácticas”.
Su trabajo tiene una importante carga política que en ocasiones no es intencionada y que, según sostiene, más bien es de carácter humanitario, como por ejemplo su preocupación por la memoria histórica sobre el pasado reciente de España y que bajo su punto de vista, “es triste que se haya politizado. Mi intención siempre ha sido alejarme lo máximo posible del dogmatismo porque sería convertir en propaganda todo aquello en lo que crees”.
Dado que nació en 1969 no tiene demasiados recuerdos del franquismo pero sí es consciente de lo que sufrieron sus familiares durante aquellos años, por lo que según dice, “me resulta difícil mantenerme al margen de la historia. Por poco que te interesen ciertos aspectos del presente y te documentes, lógicamente acabas teniendo tu propia opinión”. Su recorrido es muy parecido al de muchos dibujantes de su generación, comenzó de niño leyendo los cómics de Bruguera, estudio Bellas Artes y luego se fue acercando progresivamente a la que era su vocación.
Pero para ello primero tuvo que dedicarse durante 20 años al mundo de la publicidad, de forma más fugaz a los dibujos pornográficos más que eróticos y finalmente con su obra, Arrugas alcanzó el reconocimiento internacional y pudo vivir de lo que realmente siempre le ha apasionado. También formó parte de la mítica revista underground El Víbora, en la que trabajaron los principales dibujantes de España y en sus inicios firmó un inusual trabajo que tenía como protagonistas a Dalí y a Drácula.
Considera una especie de milagro la concesión del premio Eisner “porque aunque los dibujantes españoles están muy bien considerados en el mundo, lo cierto es que el mercado estadounidense del cómic, al igual que el del cine, es muy cerrado”. El doble mérito es que lo consiguió con una historia autobiográfica, íntima y localista en la que se relata lo ocurrido tras la muerte de su padre. “Entonces nos vimos obligados a vender un chalet, bastante cutre, en mitad de una montaña en el que estaban almacenados los recuerdos de toda una vida”.
