Panza de burro


Por Santiago Gil

La literatura siempre se impone, reaparece, sorprende, sortea crisis y avatares inesperados, letra a letra, palabra a palabra, milagrosamente renacida cuando muchos la querían dar por muerta, después de mucho silencio o tras el bullicio de los fastos y las fiestas, en la soledad de una mirada y en un libro, en el silencio, como un conjuro sabio que alguien nos confió para que la vida fuera siempre algo más que una sucesión de noches y de amaneceres.

Panza de burro es una novela de Andrea Abreu, su primera novela, que llega para refrendar ese milagro que se renueva siempre, desde la oralidad de los cuentos más lejanos, con el atavismo de las sombras que llevamos dentro, un prodigio, un milagro del ritmo, de la música, de lo que pudo ser trivial y burlesco y que, de repente, con una combinación de palabras, con una capacidad envidiable para escuchar y para transcribir lo escrito como si fuera algo nuevo, se convierte en un libro fascinante, sorprendente.

Busquen Panza de burro y disfruten de ese aire nuevo que hace que uno siga creyendo en la literatura a pesar de los malos augurios de quienes creían que no era posible una epifanía, la llegada de una forma nueva de contar cogiendo de la mano las formas clásicas y los argumentos de quienes ya habían escrito antes, una música, porque al final todo es música, que te hace olvidar que estás pasando páginas, que logra que las páginas vuelen y trasciendan, esa música que engrandece o echa por tierra la aventura de todas las novelas, la que viene de la poesía, porque este libro no se entendería sin la voz de una poeta, la que recoge los ecos de la calle y los guarda para siempre como lo que son, expresiones para entendernos y para emocionarnos, creaciones de alguien que unió letras para decirnos algo, para contar los estados de su alma o de sus cuentas, con esa abstracción que generan las palabras cuando se logran enlazar como un rompecabezas perfecto partiendo de algo nuevo, sin más asideros que la intuición y la creencia en ese sonido que puede quebrar o conmover en cualquier momento.

Andrea logra que esa música no chirríe nunca, y lo hace con sutileza y con valentía, a veces obviando la puntuación y otras escribiendo el sonido de lo que parecen expresiones burdas y para salir del paso: ella logra sublimar todo lo que toca porque uno tiene la sensación de que escribió esta novela en estado de gracia, en uno de esos viajes por la memoria, la infancia, la rebeldía y la reivindicación de la belleza, la belleza en todos los paisajes y en la fealdad de quien no logra ver un poco más lejos, mucho más allá de lo que tiene delante. Cabrera Infante logró ese prodigio en Tres Tristes Tigres y en La Habana para un infante difunto, lo que ha conseguido Andrea Abreu, la oralidad, la cadencia, en este caso con los canarismos y los neologismos, los anglicismos, las voces de la televisión o de los videojuegos, y también con las palabras  ancestrales de nuestras abuelas: para Andrea todo es válido para conmover y para que transitemos por su libro dando saltos de alegría y de sorpresa todo el rato, admirados, profundamente agradecidos por ese logro literario, por el aire nuevo que trae, por su valentía narrativa y poética. No quiero escatimar elogios. Me da lo mismo que me llamen exagerado. Solo deseo transmitirles la alegría y la fiesta que he vivido leyendo Panza de burro. Andrea, no lo he dicho, vive en Madrid y nació en Icod de los Vinos en 1995, y el libro también es el primero que edita Sabina Urraca, su editora, a la que hay que agradecer que apostara como lo ha hecho por esta novela. No, la literatura no estaba muerta, ni se había acabado lo que se daba. Renace siempre, se reinventa y se nutre de su tiempo y de quienes saben buscar las palabras para seguir contándonos, esa música que resuena en Panza de burro para que continuemos bailando al son de la belleza, sobre ese alambre en el que sentirnos vivos aun en el vértigo de todos los abismos y de todos los desastres.

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