Santiago Gil
«Cuando colocamos máscaras/ a los seres invisibles/que habitan las esquinas/los ponemos en el centro de la mente». El último libro de poemas de Alba Sabina Pérez se titula Personne y lo publica Ediciones La Palma, y esos versos son los que abren el libro, los primeros que te encuentras, los que te recuerdan que si no saltas al vacío de las palabras no llegarás tan lejos como sueñas, como puedes vislumbrar tras esas máscaras que, además de carnavaleras, son las que realmente te ayudan a descubrir lo que no lograbas ver con la mirada.
«Todos los zapatos de Liverpool/ se embarran cuando llueve/ y los hombres serios tocan entonces/con las suelas el crepúsculo». Eso es lo que escribe Alba Sabina (Tenerife, 1984) cuando cuenta a Eleanor, la que nos hace preguntar de dónde viene toda la gente solitaria, la que pisa por las calles de la vida sin que nadie la vea, la que lleva barro en los zapatos y un deseo de felicidad entre cada sístole y cada diástole de la vida diaria.
Alba se acerca a los seres humanos, a la Personne, al hombre y la mujer que transita por las aceras, y lo hace con la sapiencia de alguien que ha leído mucho y que ha querido vivir también más allá de las palabras, rebuscando donde casi todos pasan de largo, reconociendo sombras del pasado como quien trata de dar vida a las estatuas.
«Tumbas vecinas/ de quienes nunca/ coincidieron en el tiempo», eso es lo que cuenta en otro de sus poemas, el paseo por un cementerio en el que dos esqueletos conviven azarosamente como conviven los vivos casi siempre, llevados de un lado para otro por la matemática del universo hasta que se enamoran, descubren paisajes bellos, se desenamoran o transitan entre tinieblas. Todo eso solo se puede contar en un poema, como lo de las fechas de los vecinos muertos que no llegaron a coincidir en el tiempo cuando soñaban que eran eternos como «un verano tan cierto/ que borró el mar, borró los barcos,/ las palmeras y las adelfas».
Igual que el fogonazo que nos deslumbra, así son los versos que nos sacan del presente y que logran que nos quedemos delante de nuestra sombra como quien viaja a esos veranos nuevamente, porque cuando se canta lo que se pierde, que es lo que decía el poeta que escribíamos casi siempre, lo que realmente hacemos es un viaje de vuelta hacia nuestra propia memoria, como si viviéramos dos veces.
“¿Tiene dueño el hombre/ que no sabe mirar atrás?”. Lo pregunta la poeta en el final de uno de sus poemas. El pasado no es más que materia literaria que recreamos como nos conviene.
Lo vivido importa menos que lo soñado o que lo escrito, porque lo que trazamos en un papel se queda para siempre. Regresar es como leer las rayas de la mano que dibujan lo que fuimos hace tiempo. Cada cual se interpreta a su manera, cada uno sueña para escapar del espanto o para subir al cielo siempre que pueda.