Puro cuento


Santiago Gil  //

Necesitamos cuentos para seguir viviendo. Siempre ha sido así, desde las cuevas hasta esta virtualidad que nos enreda, desde la infancia hasta que las canas nos muestran más añejos y taciturnos en los espejos. Cuentos para engañar al tiempo, para burlar al destino y para cambiar los guiones de la realidad diaria. Un cuento es un trozo de vida, una veta mágica que alguien salva de la estulticia y del olvido, una recreación de lo que a veces soñamos sin darnos cuenta de que estamos despiertos.

Estos días ha llegado a mis manos un libro con muchos cuentos que inventan vidas nuevas donde no había absolutamente nada. Lo escribe Yolanda Delgado Batista, una escritora nacida en Las Palmas de Gran Canaria con esa necesaria mirada cosmopolita que tienen que tener quienes escriben cuando miran hacia fuera y, sobre todo, cuando indagan en sus adentros buscándose entre otros personajes que aún no sabían que viajaban con ellos.

Yolanda ya escribió hace años una novela prodigiosa que tituló La isla de las palabras desordenadas. Desde entonces he recibido correos de ella desde Madrid, desde pueblos perdidos en mitad de la Península o desde Rusia.

Ahora he recibido este libro, que ha sido editado por Baile del Sol en Tenerife, desde uno de esos lugares a los que ella suele asomarse discretamente para observar la vida de la gente. Se titula Puro cuento, y eso es lo que es el libro, una pura delicia literaria con pequeñas pinceladas de magia, ironía, ternura e inesperados desenlaces, una sucesión de cuentos en los que aparecen Tarzán, Stalin, Joyce o Carlos Marx, todos ellos convertidos en materia literaria, en pequeñas obras maestras que uno lee sabiendo que en cada renglón hay cientos de párrafos que ocultan palabras, elipsis que se asoman a los ojos como aquellos icebergs contra los que luego chocaban los grandes trasatlánticos. Todas esas narraciones siguen la máxima de Cortázar cuando hablaba de las distancias cortas literarias.

El escritor argentino utilizaba términos pugilísticos para que entendiéramos lo que diferencia a un cuento de una novela. Decía que en el cuento había que ganar siempre por knock-out lo que en una narración más larga se puede ganar a los puntos. No hay tiempo para armar grandes historias con muchas palabras. Hay que golpear al lector cuanto antes y además hay que hacerlo de una manera precisa y certera.

Eso es lo que logra Yolanda Delgado en este libro fascinante que acaba de publicar hace unos días. No da tregua: cada una de sus historias, así tengan veinte renglones o veinte palabras, golpea certeramente en ese lugar exacto en el que las emociones se activan sobre la marcha.

Por eso los niños siguen demandando cuentos antes de cerrar los ojos, porque saben que los cuentos son siempre la antesala de los únicos sueños que merecen salvarse.

CICLOTIMIAS

Una llamada perdida es a veces una última esperanza.

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