Michel Jorge Millares //
A pesar de todo y de casi todos, Gran Canaria conserva paisajes muy atractivos y originales. Unos perviven y otros son capaces de crear nuevas obras de arte (y también bodrios) para este “Continente en miniatura”. Una realidad, la de nuestros paisajes naturales y culturales, sobre la que se asienta nuestro éxito como destino turístico, donde el sol y playa, los bosques cumbreros que coronan la “tormenta petrificada”, los desérticos cardonales, las medianías húmedas, su metrópoli histórica, comercial y portuaria de “cien pabellones” o la gran urbanización de sueños en torno al oasis… son parte de las innumerables páginas de la guía turística que desde hace siglo y medio se ha publicado y republicado sobre Gran Canaria. Todos esos ‘decorados’ que conocemos y sentimos por ser ‘nuestros’ paisajes son los escenarios naturales y culturales que conviven en un diminuto territorio que ha vivido transformaciones profundas –vertiginosas- a causa del dinamismo que la historia otorgó a esta isla tras la conquista y el inmediato descubrimiento de América.
Visiones de Gran Canaria. Néstor Martín-Fdez. de la Torre |
El/los paisaje/s de este territorio se ha extendido desde hace miles de años en el ideario de la humanidad y de su deseo de viajar, hoy convertido en negocio turístico, desde que el primer gran literato, Homero, bautizara las islas como las Afortunadas o de los Bienaventurados, la Macaronesia, y convirtiera nuestro paisaje en leyenda.
Los aspectos abióticos (factores que determinan el tipo de vida en un lugar), bióticos (organismos vivos) y antrópicos (el papel que ha tenido el ser humano en la transformación del espacio) de Gran Canaria/Islas Canarias han sido reconocidos no sólo por la literatura clásica, sino también por la pintura del Bosco y otros muchos para situarnos como un territorio paradisíaco. Y gracias a esas visiones de nuestro paisaje hemos alcanzado un desarrollo económico envidiado gracias a nuestras vistas o panoramas. Una realidad que nos debe enorgullecer y hemos de aprovechar, valorar y potenciar.
Mirador de las dunas de Maspalomas. |
La Consejería de Política Territorial del Cabildo de Gran Canaria quiere propiciar un nuevo rumbo para el tratamiento del paisaje de la isla. Cuidarlo y quererlo, que es bastante. Aunque se trate de algo casi inmaterial pero que nos afecta a todos sin exclusión. De hecho, la consejera Inés Miranda, inicia la puesta en marcha del Observatorio del Paisaje de Gran Canaria con un encuentro entre expertos, colectivos sociales, artistas, empresariado… Todos aquellos que apuestan porque el paisaje sea un reto y responsabilidad para el conjunto de la sociedad, conscientes de que es uno de los principales recursos que hacen de nuestro territorio un destino turístico de éxito, que beneficie a todos y que impulse la cultura colectiva del isleño que se refleja en ‘su’ paisaje.
No estamos ante una ocurrencia o invento, y podríamos remontarnos a la Escuela Luján Pérez, a Néstor Martín-Fernández de la Torre o a César Manrique. Por el contrario, estamos en el preciso momento de dar un impulso final. De hecho, este proyecto ya fue cumplimentado en el Boletín Oficial de Canarias de 20 de mayo de 2014 donde se publica la aprobación definitiva del Plan Territorial Especial de Ordenación del Paisaje de Gran Canaria (PTE-5), promovido por el Cabildo Insular de Gran Canaria.
Una iniciativa que no es exclusiva de Gran Canaria, ni tan siquiera del Archipiélago. Son muchos los países y territorios que han puesto en marcha políticas de mejora del paisaje. Tampoco es novedosa. La historia del mundo es una sucesión de transformaciones y adaptaciones de paisajes que evolucionan por épocas y lugares. Durante siglos han mutado lentamente hasta la velocidad descontrolada que tomó a mediados del siglo XX. Una etapa en la que también se ha desarrollado normas y leyes de protección que buscan acabar con esa indefinición del ‘todo vale’ que es el origen de la pérdida de calidad del paisaje que perjudica al conjunto de la comunidad, pero sobre todo a un destino turístico. Y más si se trata de una isla.
Y ahí estamos, a pesar de todo, aunque hemos tardado en reaccionar (o no querer evitar) una etapa desenfrenada de estandarización y falta de gusto y calidad. Pero aún así, continuamos siendo ese espacio deseado por los turistas. Millones de ellos que nos sitúan como principal destino mundial para los países nórdicos y uno de los más destacados para británicos y alemanes. ¿Cómo es posible?
Entre hoyos de golf, el cráter de Bandama. |
Ellos viven en su espacio conocido, rutinario, su paisaje cotidiano al que les une un fuerte sentimiento de pertenencia. Son los países de origen, los emisores. Nosotros somos uno de tantos (pero exitoso) destinos o receptor. El lugar desconocido (cada vez menos), lejos de la monotonía, que se desea conocer por su variedad, originalidad y calidad de paisajes, con un medio ambiente “afortunado”. Ése es nuestro paisaje, lo que nos identifica como sociedad y, encima, nos aporta riqueza.
Los países emisores intentan (y con notable éxito) recomponer sus paisajes de la destrucción de la industrialización y su economía dependía de buscar mercados lejanos para vender los productos que fabricaban. Nosotros tenemos aquello que desean y vienen -pagando por ello- desde países remotos para disfrutar del mejor medio ambiente que este planeta puede ofrecer.
Y para ello realizan el viaje, desde un paisaje propio, el de su región y su cultura, a otro de ensueño, afortunado, de felicidad. El cambio de paisaje, una vida diferente, un sueño –efímero- del turista que obra nuestro milagro económico. Y nosotros… ¿No lo disfrutamos también? Entonces ¿Por qué no trabajamos y cuidamos nuestros paisajes y “hacemos de la vida una obra de arte”?