Se ven las caras


Por Santiago Gil

Lo de las mascarillas se está pareciendo a aquel babilongo de la bamba, porque al final, lo queramos o no lo queramos reconocer, vivimos en un parrandeo político casi verbenero, donde no sabemos si nos quieren cuidar, si quieren cuidar a los que presionan para la que la cosa eche a andar aun a riesgo de nuestras vidas, o si simplemente actúan según se levanten, con esos malos despertares que tienen algunos y que terminan llenando de exabruptos los medios de comunicación.

La mascarilla, la distancia, el lavado de manos, la prudencia, el fundamento que el otro día recomendaba Domingo Rodríguez el Colorao, es lo único que nos queda a los ciudadanos, y creo que no tenemos que esperar a que nadie nos obligue para tomar las medidas que nos ayuden a cuidarnos y a no contagiar a los más vulnerables. Todo lo demás es confusión y palos de ciego que hay que aprender a sobrellevar para no rompernos la crisma ni perder la sonrisa.

Una máscara, escribía Óscar Wilde, dice mucho más que una cara, y una mascarilla ahora mismo dice mucho de cada persona que la lleve puesta en los sitios cerrados y en todas aquellas situaciones en donde haya riesgo de contagio, porque el malhadado virus sigue estando entre nosotros, agazapado, sembrando el pánico y la incertidumbre, y por supuesto poniendo patas arriba aquel mundo que vivíamos hasta  hace unos meses como si fuera a durar siempre, como si la vida no fuera una inevitable contingencia distinta cada día.

Ahora mismo, una mascarilla, lejos de esconder algo, enseña lo mejor de cada uno de nosotros, el compromiso individual que puede evitar que la pandemia nos vuelva a encerrar de nuevo en nuestras casas. No olvidemos la zozobra y el desespero de aquellos días de encierro, tampoco el sufrimiento de los que pasaron por los hospitales, ni los miles de muertos, no los olvidemos y pensemos en lo que darían ellos por estar entre nosotros, con mascarilla o con escafandra, pero con la suerte de estar vivos y de poder contribuir a mejorar un poco la vida de los humanos y la salud del planeta. Larra dedicó muchas páginas a los carnavales, y dejó escrito en El pobrecito hablador que en el mundo todo es máscara y que todo el año es carnaval. Ahora, sin embargo, el disfraz, la careta, es una cuestión de supervivencia. Rubén Blades, que sabe ponerle letra y música como nadie a la cotidianeidad, cantaba aquello de que se veían las caras pero nunca el corazón, aunque eso era antes de la Covid 19: ahora el corazón sí se ve, está dibujado en la mascarilla que cada cual lleve puesta.

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