Triángulos de amor rupestre


Por Míchel Jorge Millares //

Hay un hueco que destaca en el acantilado que rodea Tejeda, en la Montaña de Artenara, al marcar con líneas rectas encajadas en lo más alto, una pared lisa con forma de un cuadrado. Un ciclópeo bloque, plano, rodeado de riscos tortuosos sobre el precipicio de la Caldera de Tejeda. En el centro de su base, hay una cueva excavada por los canarios, una habitación rectangular de 28 metros cuadrados por tres de alto. En su interior, cientos de figuras dan testimonio de una historia que hace de esta cueva un lugar especial, único.

Se accede por un único camino no apto para quien padezca vértigo. El sendero no anima a alongarse por tratarse de una escarpada cresta, un lugar de muy difícil localización y acceso, premeditadamente oculta. ¿También para los antiguos canarios sería un lugar secreto?

La construcción está orientada para ver (o ser visto por) el Bentayga. Su silueta es la imagen luminosa que penetra en la cueva. La claridad inunda el habitáculo para permitir distinguir las formas que decoran las paredes, donde descubres más de 300 figuras triangulares, grabadas o en bajorrelieve de diferentes tamaños, todas invertidas y en muchos con un punto o raya, que simbolizan la fertilidad a través de la vulva femenina. La luz modula la vista en el interior de la tierra. El sonido queda apagado también. Mientras el exterior permite ver con una claridad extraordinaria y escuchar o que te escuchen en la Caldera.

¿Qué ritos celebrarían en ese lugar. De que forma? ¿Quién eligió el sitio y por qué ahí? En un agujero excavado en un lugar casi inaccesible, solitario. Un escondrijo para muy pocas personas.

No hay cuevas habitacionales en torno a este santuario. Lo que lo convierte en un lugar casi secreto, en el centro de la isla. Pero ahí están… la cueva y el inexplicable juego de los triángulos. Ordenados, desordenados, superpuestos. Con formas menos definidas… un laberinto a ojos de los investigadores y una fuente que desborda la imaginación del visitante, de creencias religiosas desaparecidas y desconocidas sobre el acto sexual. Una religión telúrica y natural, donde el Roque Bentayga es omnipresente femenino bañado por el sol (Magec) tras surgir cada mañana tras el Roque Nublo. Aquel pueblo uniría su cuerpo a esos poderosos símbolos naturales. La naturaleza era su realidad, su destino y supervivencia como especie en una isla, siempre pendientes del cielo.

Llama la atención el nombre dado a la cueva: Los Candiles. Una interpretación muy irreal de las figuras que hallamos en el interior, si esa fuera la razón del nombre. Por tratarse de un lugar ritual, y al ser las mujeres -posibles ‘harimaguadas‘- las encargadas de los rituales religiosos o de fecundación, podría llevar el nombre de las jóvenes o educadoras.

La celebración de ritos sobre la sexualidad, la lluvia, la cosecha… eran los motivos para resguardar a las niñas en los comienzos de su pubertad. Por su parte, los cronistas europeos de la conquista las asemejan a monjas que permanecen vírgenes durante la etapa temprana de la juventud o mantienen la castidad de por vida, con ropajes propios de su posición. Puede que esta descripción esté afectada por la mentalidad de los colonizadores castellanos o franceses. No olvidemos la primacía de la moral católica, al ser el Papa en Roma quien autorizaba la conquista de los territorios para evangelizar. Y, por otra parte, ¿cómo explicar una religión desconocida y extraña a sus paisanos? ¿Interesaba dejar constancia de una religión que iba a ser prohibida y de unos ritos que consideraban inmorales?

Entrar en las cuevas o lugares de culto de los antiguos canarios es un impacto emocional y de curiosidad. En Los Candiles hay una sala de arte rupestre sexual por determinar.

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