Un sudario

SANTIAGO GIL | 16 de noviembre de 2015

CICLOTIMIAS: Hay botellas vacías que también flotan en mares sin mensajes.

El otro día me preguntaron en una entrevista que para qué servía la poesía. No supe qué contestar. Y no creo que lo sepa nunca. Probablemente porque la poesía no es más que un camino de búsqueda, un horizonte que uno persigue sabiendo que jamás logrará alcanzarlo. Para mí es el camino.

Pero si me preguntaran que cuál es el camino tampoco podría contestarles. Leería algún verso. Me acercaría a algunos de los  poemas que han logrado que me haga preguntas o que me han enseñado a mirar de otra manera. Habría muchísimos nombres que no cabrían en este texto. Pero sí es verdad que ahora respondería que la poesía no es más que un camino que uno emprende para encontrar verdades en la belleza, o en esas combinaciones de palabras que a veces logran armonizar nuestro propio universo.

Estos últimos días he tenido la suerte de acercarme a uno de esos poemarios que acaban dejando huella en el poso profundo en el que uno acumula lo que termina valiendo la pena. Lo escribe un buen amigo, un gran escritor que ha publicado también ensayo y novela, y que ahora se presenta con el que creo que es su mejor libro hasta este momento. Se titula Un sudario, se presenta el próximo viernes, 20 de noviembre, en la Casa Museo Pérez Galdós, y lo edita una de esas editoriales que dignifican la literatura en casi todos sus libros.

No es fácil publicar en Pre-Textos, o no lo es si uno no ofrece un poemario como el que ha escrito Rafael-José Díaz. Han sido muchos años de búsqueda, de silencios, de lecturas, de viajes y de desgarros y alegrías que se han ido empozando en sus poemas. “A  veces lo que hiere oculta una ternura.” Lo escribe Rafael. También escribe, entre otros memorables versos, que “el cuerpo es el de un náufrago/que flota un tiempo aún/en el mar que lo sueña”, en esos mares que se buscan en la piel de quien se ama, y en las cicatrices que dibujaron las vivencias que más hondura han dejado en los mapas de nuestras epidermis.

En este último año he leído de Rafael una novela titulada El interior del párpado, y un libro que recoge paisajes, sobre todo playas escondidas entre barrancos, titulado Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta. Siempre aparece el poeta, porque el poeta no deja nunca de serlo en cualquier frase que escriba, o en cualquier mirada con la que se asome al mundo. Y Rafael es un nombre de mundo y de búsquedas, alguien que sigue el norte de su brújula sabiendo de antemano que esta no llegará finalmente a ninguna parte.

Pero entre tanto escribe y vive, da lo mismo el orden. Al final lo que queda es Un sudario con nuestro rostro reflejado, aquello que somos y que no siempre es capaz de devolver la memoria engañosa de los espejos. También es el camino que trazamos más allá de nuestras sombras, un lugar, como también escribe el poeta, “donde nada se pierde si no es para ganarse”.

 

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