Paco Rivero, fotógrafo

Santiago Gil | 28 de abril de 2015

Todas las fotos de Paco Rivero se encuentran a salvo en la Fundación Canaria Néstor Álamo, en Guía.

Si cierras los ojos detienes el tiempo. Los niños creen que no les vemos cuando tienen los ojos cerrados. También a veces, en medio de esa oscuridad abisal de nuestros adentros, aparecen imágenes que creíamos olvidadas para siempre. Las fotografías en papel se revelaban en la oscuridad de una habitación en donde todo parecía más cercano a la alquimia que a la técnica.

Ahora todos sacamos fotos con el teléfono móvil y casi nos creemos un Korda o un Cartier-Bresson cuando inmortalizamos una puesta de sol o cualquier paisaje que vamos encontrando en nuestros viajes diarios. Pero hace años, las fotografías  sí tenían mucho de mágico y de misterioso, y cuando llegaba el fotógrafo todos intuíamos que estábamos viviendo algo importante. En el Noroeste de Gran Canaria ese fotógrafo que llegaba a las fiestas, a los cumpleaños o a los sucesos que luego salían en los periódicos se llamaba Paco Rivero.

Todas las fotos de Paco Rivero se encuentran a salvo en la Fundación Canaria Néstor Álamo. Retrataba lo cotidiano y lo protocolario, y por su cámara desfilaba todo el paisanaje que se iba encontrando por las calles y por los campos. Estos días se exponen imágenes de algunos de sus trabajos etnográficos en la Casa Museo Antonio Padrón de Gáldar. Lo que se puede ver es solo la punta del iceberg de todo lo que dejó Rivero en miles de negativos que todavía se están digitalizando.

Fotografió mucho los campos de las Medianías del norte de la isla y en ellos se fijó siempre en lo que iban haciendo todos aquellos artesanos o agricultores anónimos que mantenían intactas las tradiciones de cientos de años. Uno se detiene siempre ante aquellos semblantes castigados muchas veces por el hambre y por el agotamiento de un trabajo que no cesaba hasta que el sol caía más allá del pinar de Tamadaba. Pero también aparece la sonrisa limpia del pasado, aquella vida más unida a la naturaleza, y por supuesto con mucha más cercanía humana que la de ahora. El otro día me comentaba una pareja alemana que lleva cuarenta años viviendo en la isla que ya la gente no sonríe como hacía años y que ahora casi parecemos berlineses.

Ellos vinieron buscando esas imágenes que aparecen en las fotos de Paco Rivero. Y probablemente tienen razón y ya no nos parecemos a nuestros abuelos, ni tenemos la templanza y la serenidad de entonces. Sin embargo no era todo tan idílico en aquellos años, y detrás de esas sonrisas había muchas veces un dolor callado e inmenso. Desde la lejanía sí es cierto que uno tiene la impresión de que quienes nos contemplan en esas imágenes en blanco y negro sabían aprovechar mucho mejor su tiempo. Cuando miras cualquiera de esas fotos estás cerrando los ojos y recordando cómo éramos mucho antes de que estuviéramos todo el rato mirándonos a través de las pantallas. 

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