Se dijo

SANTIAGO GIL | 02 de diciembre de 2015

CICLOTIMIAS: La espina de los días también es lo único que nos queda del tiempo.

No hacía falta que nadie firmara papeles con cláusulas extrañas o con letras pequeñas. La confianza se manifestaba siempre en la limpieza de una mirada o en la lealtad de las palabras. En mi pueblo, cuando yo era niño, nunca vi firmar ningún contrato para los acuerdos cotidianos. Se podía estar negociando durante mucho tiempo, pero en cuanto se pronunciaba la expresión Se dijo aquello iba a misa y ya no lo movía ni el sursum corda, y quien incumpliera dolosamente su palabra poco tenía que hacer ya en la comarca. En los pueblos las mentiras tienen las patas aún más cortas, y además quien miente queda señalado incluso después de muerto. Da lo mismo que ostente cargos importantes o que acumule propiedades. Será siempre un pisaverde, un inmoral y un sinvergüenza.

Creo en la verdad y en la honestidad de la gente, y eso que los tiempos se están llenando cada vez más de ególatras mezquinos y envidiosos que en lugar de crear se empeñan en destruir lo que saben que son incapaces de hacer. Pero creo que el mundo camina por la insistencia de los honestos que no se rinden aun a pesar de las andanadas  de tanto malvado y de tanto tipejo con sonrisa sardónica. Esos indeseables, que es cierto que a veces nos parecen mayoría, no van a ninguna parte. Es lo que sucede estos días con la campaña electoral.

Ya de entrada nos creemos menos de la mitad de lo que nos dicen, así lo prometan en El Hormiguero. Cuando yo cerraba un acuerdo con mi padre me bastaba aquel Se dijo para quedarme tranquilo. Si no se podía, no me prometía nada, o esperaba a ver si era posible cumplir aquello que yo tanto deseaba. Un Se dijo valía más que todas las firmas y todas las compulsas, y lo sabían los dos que cerraban el acuerdo. Ya luego lo refrendaban en las notarías o delante de los abogados, pero el negocio se había concertado previamente con dos palabras, que es como se deben cerrar los acuerdos.

O se puede o no se puede, lo que no se debe hacer es prometer para luego justificar los incumplimientos. Muchas mañanas, cuando enciendo el ordenador o la tablet, me piden que descargue aplicaciones y me dicen que lea no sé cuántas cláusulas que no entiendo. Yo no sé ustedes, pero casi siempre digo que las he leído, y además me ratifico cuando la máquina me pregunta que si estoy seguro. Sé que miento porque casi nunca tengo tiempo para estar leyendo ese galimatías informático que no entiendo, pero lo más descorazonador es que ellos saben que tú no lo has leído y que, por tanto, te están engañando pérfidamente.

Al cabo de unos días te das cuenta de que con tus fotos o con los textos que publicas en tus redes pueden hacer toda clase de negocios, como negocian casi todos los políticos con nuestros votos secretos. Y uno entonces añora todavía más aquel Se dijo de nuestros abuelos y aquel mundo menos virtual y mucho más cierto.  

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