Los otros nombres

Santiago Gil | 22 de septiembre de 2015

Psicografías

El viejo te contaba que no eran nombres raros. Lo que sucedía es que tú no habías vivido los días del cine. Era el acontecimiento de cada semana. Cuando eran niños y no había televisión les parecían increíbles aquellos indios y aquellos vaqueros que siempre estaban a punto de caer de los caballos o de salir de la pantalla. Todos los domingos por la tarde tocaba soñar un rato. Se apagaba la luz y en aquel pueblo alejado del mundo aparecían Nueva York, las brumas de Londres o palacios centroeuropeos con reinas que parecían diosas. También participaban piratas o cómicos que hacían reír con una simple mueca. Ellos salían luego imitando todo lo que veían entre las calles de adoquines o en unas plataneras que muchas veces se terminaron convirtiendo en los bosques de Nottingham.

Más tarde, en la adolescencia, iban al cine con las novias, y allí encontraban la única oscuridad que les permitía dar los primeros besos como si fueran unos héroes enamorados que cambiarían el mundo con unos abrazos. Ya casados con aquellas primeras novias, seguían soñando en las sesiones de la noche que había otro mundo lejos de aquel pueblo y que, en cualquier momento, ellos podrían ser protagonistas de un drama o de una comedia como las que acontecían en Filadelfia o en Los Ángeles. Durante dos horas cada semana eran felices y soñaban mucho más allá de la pantalla. De eso hace mucho tiempo. Ya no hay cine en el pueblo, y no hay ninguna televisión que se pueda comparar con aquel acontecimiento. Se  apagaban las luces y comenzaban los sueños. Ese viejo te está contando un mundo que ya queda lejos. Yo viví los últimos años, con el cine como el gran centro de atención de cada semana. Por eso no te suenan de nada los nombres. Todos los viejos terminaban siendo alguno de aquellos actores.

También sus mujeres eran Rita Hayworth, Katherine Hepburn o Greta Garbo. Luego esos nombres se iban encogiendo y dejaban de ser María para ser Greta o en lugar de Nieves pasaban a llamarse Katherine. Ellos también fueron John Wayne, Montogorie Clift o Gregory Peck. No había actor o actriz de entonces que no encontrara su semejanza en el pueblo. Yo crecí escuchando aquellos ecos del celuloide cuando me mandaban a comprar a la tienda de Chaplin o a la mercería de Lana Turner. Él no se está inventando nada. Conoció a toda esa gente que nombra, primero en el cine y luego en las calles. Tendrías que haber visto la cara de quien todos llamaban Gary Cooper cuando repusieron Solo ante el peligro en el cine del pueblo. Nosotros, cuando éramos pequeños, también salíamos de las sesiones de los domingos siendo un personaje para siempre. Y aún hoy recuerdo a muchos amigos por el nombre de algunos de aquellos vaqueros de John Ford o con el apelativo de un pirata que todavía debe seguir navegando por mares de ensueño.

CICLOTIMIAS

Uno nunca sabe a quién imita la sombra que nos acompaña.

 

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