La isla

José Orive | 29 de enero de 2015

La isla es un lugar desde el que de todas partes se ve el mar. Un refugio de marineros, alimento de soñadores, esperanza de náufragos, paraíso de aventureros. En definitiva, la isla es la sombra de una mujer inalcanzable tendida al sol.

Canarias.- La isla es un lugar desde el que de todas partes se ve el mar. Un refugio de marineros, alimento de soñadores, esperanza de náufragos, paraíso de aventureros. En definitiva, la isla es la sombra de una mujer inalcanzable tendida al sol.

En ella, color del mar y el cielo se confunden como si fueran parte del mismo espacio. ¿Acaso no lo son? Las islas son un sueño eterno. A ellas se arriba algún día por soledad, huyendo, por afán de conquista, por necesidad, por curiosidad o casualidad. 

La isla atrapa como una red de la que es difícil escapar. Quién lo logra, queda marcado para siempre por el recuerdo y la añoranza por volver algún día.

En una isla, desde cualquier ventana se ve el mar, el encrespado y el calmo, el amable y el traicionero. Desde ella, el isleño llena su mirada de nostalgia, de viajes imaginados, de amores infinitos como su horizonte. Contempla sus matices, toda su profunda inmensidad. Lo huele con el placer de dioses y colma sus pulmones de vida. 

Se sumerge en su rumor y viaja en cada ola con los ojos cerrados. Saborea su líquida textura y se siente sobrenatural, libre y preso a la vez de su circunstancia. Todo isleño tiene una ventana abierta al mar y nada le resulta distante.

Pues para el insular no existen distancias. A cualquier lugar que vaya, acabará encontrándose con un mar habitado de peces y gaviotas. Extiende el brazo y lo mide con la vista, con igual mirada que a la montaña que se yergue a sus espaldas.  Sabe que el mar lo aísla del mundo, pero que también, lo acerca a cualquier lugar del planeta que quiera. Por él arriban gente de otras latitudes, algunos para quedarse definitivamente, como si de repente se convirtieran en isleños de toda la vida. 

Por él, también, sabe que se irá gente nativa en busca de fortuna, o simplemente de aire. Es el sino del isleño. Nada está lejos o cerca. La distancia la pone en todo caso el tiempo.

Pero para el isleño tampoco existe el tiempo. Y si lo hay, parece caminar mucho más despacio que para el resto del mundo. Sus decisiones son escasas como la lluvia y parsimoniosas como las tortugas. ¿Se trata de abulia? No, de sentido práctico de la vida. Su dependencia exterior, hace que siempre espere una señal para actuar. Se siente aislado pero no ajeno al mundo. 

El isleño no tiene memoria histórica, o si la tiene, la tiene de agua. Ha vivido tanta veces lo mismo que parece que en cada ocasión lo hace por primera vez. 

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